Este es un lugar único en la Ciudad de México: aquí familias enteras viven al interior de vagones abandonados de ferrocarriles. Algunos, como José Raúl Cruz, están aquí desde el año de 1964 o incluso antes. Él, al igual que su esposa, fue trabajador de Ferrocarriles Nacionales; él desempeñándose en múltiples oficios (como operador de máquinas y motorista) y ella como conserje.

A los ocupantes de este lugar les prometieron casas que nunca llegaron. Fue así como tomaron vagones y casetas que estaban en desuso e hicieron de ellos su hogar. Aquí, en el número 190 de la Calzada de los Gallos esquina con Avenida Camarones, varias familias viven al amparo de estructuras que en otros tiempos recorrieron el país, pero hoy están acondicionadas como casas y ya no ruedan más.

99115El vagón azul

El vagón azul (Pável M. gaona)

Algunos de los residentes, incluso han ampliado el vagón y han construido fuera de ellos. En la parte superior de los vagones pueden verse tinacos y antenas de tv, ya sea para captar las señales de televisión abierta, o incluso servicios de paga como Dish y Sky. La mayoría de estas ‘casas’ cuentan con todos los servicios como agua y drenaje, pero al no ser un predio regularizado, llegan a haber problemas.

“Hay algunos que rascando se encontraron con tubos de drenaje y ahí se conectan. Como quien dice ya chingaste. Pero si los dueños originales de esas líneas de drenaje se dan cuenta y lo cierran, se hace un cochinero. El otro día acá se tapó y salieron montones de greñas, o hasta pedazos de balones y mucha porquería” nos dice Conchita, una vecina que vive en este lugar conocido simplemente como ‘El Campamento’. Ella se define a sí misma como una mujer luchona y se dedica a vender pambazos por las noches.

Don José Raúl tiene una memoria casi fotográfica, es capaz de ofrecer fechas precisas sobre todo lo ocurrido en ‘El Campamento’. Recuerda, por ejemplo, que el 30 de abril de 1998 su vida dio un vuelco total, pues fue el día que ocurrió la licitación que permitió la participación de capital extranjero dentro de la empresa de Ferrocarriles Nacionales. Despidieron a mucha gente y él fue de los pocos que pudo irse pensionado, aunque deseaba seguir trabajando. Pero no le dieron opción. Fue un “o tomas esto, o metes una demanda y quién sabe si la ganes”.

99116Parrilla frintaguera en forma de tren

Parrilla frintaguera en forma de tren (Pável M. Gaona)

“A muchos de los trabajadores simplemente los liquidaron, terminaron poniendo puestos de verduras o manejando taxis. Muchos ya eran viejos y murieron de depresión. También nos ofrecieron que si firmábamos un papel y aceptábamos irnos de aquí, nos iban a dar un departamento. Luego resultó que el departamento no nos lo iban a dar, sino que nos lo querían vender. A nosotros nos prometieron una vivienda que nunca llegó, por eso no nos vamos de aquí”.

El incendio del 2004: empezar de cero.

Ese desalojo que no han logrado ni las autoridades ni las triquiñuelas legales, estuvo a punto de lograrlo un incendio. La fecha también la tiene muy presente don José Raúl: fue un 6 de marzo de 2004. Ese día un depósito de empaques se quemó cerca de ‘El Campamento’ y ellos perdieron gran parte de sus pertenencias y de su hogar. Cartones encendidos fueron arrastrados por el viento y cayeron sobre árboles y casas, causando cuantiosos daños materiales. Un tanque de gas explotó, aunque por fortuna no hubo víctimas mortales.

En esa ocasión, Don José y su esposa vieron de frente lo mejor y lo peor de los seres humanos: “los daños pudieron haber sido menores, pero los Bomberos de Azcapotzalco no dejaron que la gente de Pemex entrara a apagar el incendio; ellos se ofrecieron de voluntarios pero les dijeron que todo estaba ya controlado cuando no era cierto”.

Después del incendio, también vieron cómo el campamento era víctima de saqueo: los policías que se supone deberían estar para protegerlos, se llevaban bienes de las personas y ellos no podían hacer nada. Por otra parte, la aseguradora les exigía, para pagar los daños y pérdidas de sus pertenencias, que les dieran los papeles de compra o títulos de propiedad. “¿Qué papeles íbamos a tener, si todo se lo llevó el fuego?”, dice Doña Irma entre sollozos, al recordar cómo tuvieron que endeudarse con el banco para poder recuperar algo de lo que habían perdido.

Los listillos tampoco faltaron. Ellos presenciaron cómo algunas personas iban a comer a los refugios para damnificados cuando ni siquiera vivían ahí. Luego, cuando al fin después de muchas batallas legales para regularizarse les prometieron que tendrían las escrituras de propiedad de los terrenos en los que estaban asentados, muchos que ya no vivían ahí desde hace mucho, hicieron acto de presencia. “Llegaron parientes lejanos, que la suegra con los hijos, que los primos. Entonces ‘El Campamento’ se sobrepobló. Ahora seremos a lo mucho unos 15 jubilados”.

99117Recuerdos de una vida en los rieles

Recuerdos de una vida en los rieles (Pável M. Gaona)

Sin embargo, ellos se mantienen optimistas. Hace unos años se emitió un decreto según el cual al fin podrán decirse legítimos propietarios de la tierra en la que viven. Tienen la esperanza puesta en que, aunque las ruedas de los vagones de ‘El Campamento’ ya no giren más, el mundo sí lo hace y la fortuna esta vez los favorecerá. Mientras tanto, estos hijos de los rieles seguirán viviendo aquí, recordando cómo le entregaron su vida a los ferrocarroriles que ahora les sirven de hogar.