Hoy, si quieres saber algo basta con que tomes de tu bolsillo el teléfono y hagas una búsqueda rápida en Google, para que, a su vez, Wikipedia te diga, por ejemplo, en qué año inició la Revolución Mexicana.

Pero hubo alguna lejana época en la que, además de que esas fechas te las tenías que aprender de memoria, primero era necesario hacer algo un poco más complejo: investigar.

Así, los chavitos que fueron a la escuela antes de la segunda mitad de los 90 se vieron obligados a usar herramientas de búsqueda análogas, como las enciclopedias o las monografías. Estos objetos físicos fueron una verdadera puerta al conocimiento para muchas personas y, aunque hoy se siguen usando, no superan una búsqueda en internet y un copy-paste en Word. Inclusive, a inicios del siglo 21, se llegó a pensar que algo como Encarta podía ser útil, pero fueron intentos derrotados por el internet.

Para que te acuerdes, aquí damos un breve repaso a algunas de las ventanas al conocimiento universal con las que contaban los estudiantes de niveles básicos antes de que existiera Wikipedia.

Las enciclopedias

Durante muchos años, el lugar que acumulaba más conocimiento para un estudiante era una colección de casi siempre pesados libros que la gente solía llamar “enciclopedia”.

Para crearlas, un grupo de eruditos se reunía para redactar textos breves sobre diferentes temas, como algún pasaje histórico tipo La Toma de la Bastilla, la explicación sobre cómo se generaba algún fenómeno como los truenos o los eclipses y hasta datos relevantes como la cantidad de años que vivía un camello.

Eran como un Google encuadernado que cabía perfectamente en un librero, los temas estaban ordenados en orden alfabético y podían ir desde las que estaban redactadas de manera sencilla e interesante, como el Tesoro de la Juventud o la Juvenil Grolier de unos 20 tomos, hasta alguna con personajes como Snoopy o Disney de 12 libros, pasando por otras de tamaño jumbo, como la Enciclopedia de México (que cuando la juntabas se formaba una serpiente) o la famosísima Enciclopedia Británica, que fue editada por primera vez en 1768 y que dejó de imprimirse en 2012 para estar disponible únicamente en línea.

Solían venderse semanalmente en puestos de periódicos o supermercados, también podía llegar un vendedor a la puerta de tu casa para ofrecértela en abonos o, si eras muy pudiente, podías comprarla junta en ediciones de megalujo en alguna librería.

Eran muy accesibles, ya que, si nos las comprabas, nunca faltaba un vecino que la tuviera, de ley se encontraban en las bibliotecas públicas (sí, esas que ya tampoco se usan) y hasta en la misma escuela podían tener alguna que, a pesar de que tenía 10 años de antigüedad, te servía para sacarte de un apuro con alguna tarea de los griegos (aunque si era de la Guerra Fría, estabas frito).

No estaban muy actualizadas, por lo que en ciertos momentos históricos podían tener “errores”, como países de Europa que ya no existían o que en la edición más reciente mantuvieran vivo a algún personaje que ya había muerto un par de años atrás, así que no faltaba el maestro manchado que te reprobaba porque tu tarea estaba mal.

Diccionarios enciclopédicos

Una variante de esta herramienta eran los llamados “diccionarios enciclopédicos”, que eran una especie de híbrido entre un diccionario tradicional y una versión mini de enciclopedia.

Uno de los más famosos era el Larousse Ilustrado (seguro en tu casa todavía hay uno), el cual era un armatoste de cientos de páginas con ilustraciones para que conocieras cómo funcionaba un tren eléctrico, cómo era un lobo o admiraras, aunque fuera en blanco y negro, a la Mona Lisa; pero la gran novedad era que contaba con algunas páginas a todo color en papel de lujo en las que te mostraban las banderas del mundo, fotos de París o el diagrama de la forma en la que volaban los aviones. Eran la neta, pues.

Las monografías

¿Quién no recuerda que el domingo en la noche, cuando no existían las grandes papelerías que abren todos los días (bueno, había una que se llamaba Compañía Papelera Escolar, pero de esa podemos hablar luego), veía en sus apuntes que el lunes tenía que llegar a clases con una monografía de la vaca recortada y pegada en un cuarto de cartulina?

Las monografías eran resúmenes de todos los temas que se te puedan ocurrir, con la novedad de que estaban ilustrados, por lo que podías hacer tu tarea con imágenes y copiando (¡a mano!, porque todavía no existía el copy-paste) la información que venía al reverso, la cual solía tener imprecisiones y hasta errores ortográficos, pero eso no parecía preocuparle a nadie.

Había monografías memorables, como unas del “Socialismo”, en la que todos los personajes de las ilustraciones aparecían felices y disfrutando de la vida, mientras que en la del “Capitalismo” se podían ver obreros cansados, familias tristes y pobreza en las calles.

El rigor histórico y la confirmación de hechos, además de la redacción, no eran su fuerte, pero eso sí, las imágenes eran excelentes, a tal grado que muchos todavía recuerdan, a través de ellas, pasajes como el fusilamiento de Miguel Hidalgo o el descubrimiento de América, a pesar de que nunca hayan leído nada al respecto… además, claro, de que nadie tomó fotografías de esos momentos, por lo que las editoriales tenían que echar mano de imaginativos artistas de la época.

Las biografías

Cuando la tarea consistía en escribir o exponer sobre la vida y obra de algún personaje histórico, las biografías eran la mejor herramienta disponible.

Baratísimas y con poco texto, estos cromos o “estampitas” tenían una pintura de algún personaje como Eurípides, Sidarta Gautama, Newton o Cleopatra acompañada un par de párrafos al reverso donde resumían toda (sí, neto, toda) su vida y obra.

Las fechas de nacimiento y muerte, así como la forma de escribir sus nombres, variaban de acuerdo con la editorial que las publicara o el año en el que habían sido redactadas, pero eran muy efectivas, especialmente en fechas como el natalicio de Benito Juárez o cuando era necesario escribir una cuartilla sobre Emiliano Zapata.

También había de presidentes vivos, como José López Portillo o Miguel de la Madrid, las cuales, seguramente permanecen entre los tesoros de algún coleccionista de antigüedades.

Los almanaques

Una buena calificación en Geografía en la secundaria no podía dejar de estar acompañada de un vistazo previo al Almanaque Mundial, unos pequeños libros que reunía la información más actualizada sobre las capitales del mundo, el número de habitantes de cada país y hasta datos como su montaña más alta o su río más largo.

Había otros, como el que compra Marty Mcfly en una tienda de antigüedades (no es necesario decir en qué película, ¿verdad?), que se dedicaban a enumerar los hechos que los editores consideraban como los más relevantes del año en algún país o en el mundo entero.

Para muchos estudiantes de la era preinternet era el único material disponible con información inmediata, cifras actualizadas y datos confiables; de otra forma, sería necesario acudir a bancos de información más sofisticados e inalcanzables para un estudiante normal de primaria o preparatoria, como la ONU o alguna secretaría.

El 040

Esto estaba reservado sólo para chavitos pro. El servicio 040 (que todavía existe) servía para hablar con una operadora que buscaba por ti el teléfono del lugar exacto en el que te podían darte algún dato sin necesidad de llamar a miles de números.

Por ejemplo, si un profesor manchado te dejaba de tarea investigar el “precio de garantía” del frijol (que era la cantidad garantizada de dinero que establecían las autoridades para que los productores vendieran sus productos agrícolas) podías llamar a este número y, si no te lo daba ahí mismo la operadora, te daba el número al que debías marcar para que te lo dieran de inmediato.

A veces era tan efectivo que los ñoños nunca revelaban este secreto, y dejaban que sus compañeros hicieran inútiles búsquedas en algunas oficinas de Gobierno, bibliotecas y directorios telefónicos. ¡A que no te sabías esta! Y el ejemplo de la tarea del precio de garantía es real, venía en algún Libro de Texto Gratuito ochentero.

La ventaja de todas estas opciones era que, mientras encontrabas lo que estabas buscando, seguro te encontrabas algo interesante en el camino y aprendías algo nuevo que te serviría después. ¿Recuerdas cómo usabas alguna de estas herramientas?

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