Era agosto de 1978. En un restaurante de Acapulco, José Luis López y Rubén Campos trataban de oír la conversación de un grupo de franceses en la mesa contigua. «¿Qué dicen?», preguntaba Rubén a José Luis. «Que la Coca-Cola supera a la Pepsi… que el Vaticano tiene mucho poder en el mundo… que el catolicismo es innecesario…», le tradujo. Fue Antoine Jordan quien, con buen español, los invitó a la tertulia. Durante varias horas hablaron sobre la religión que practicaba Antoine, radicalmente distinta al catolicismo. Un año después Antoine volvió a México y les trajo a Rubén y José Luis un legajo de textos en francés, que ambos se encargaron de traducir y poner en práctica.

«Soy raeliano», les dijo Antoine: «los seres humanos fuimos creados por extraterrestres y podemos ser eternos». El movimiento raeliano, la religión ateísta más grande del mundo, sembró así su semilla en México. Junto con ellos, 70 mil personas en todo el mundo creen que los alienígenas vendrán por nosotros. Y que nuestra misión es construirles un aeropuerto interestelar.


Son las 10 de la mañana de un domingo en el Parque Aragón, lleno de familias y deportistas. A 30 metros de la entrada poniente, Benigno, representante nacional del movimiento, me saluda; lleva en el cuello una medalla con el símbolo raeliano: la estrella de David entrelazada con una esvástica, «que no es mala: significa el infinito en el tiempo, la paz y la eternidad. Hitler le dio una connotación mala». Ante las malas interpretaciones, Rael, el fundador y líder del movimiento, decidió reemplazar la esvástica por la figura de una galaxia en espiral.

El 13 de diciembre de 1973, Claude Vorilhon manejaba su auto cerca de Auvergne, en Francia. Un presentimiento lo llevó a las orillas del volcán Puy de Lassolas, que escaló hasta que una luz roja lo estremeció: 15 metros sobre su cabeza flotaba un enorme platillo volador del que descendió un ser desnudo, de piel verdosa, rasgos asiáticos y cabello negro, que no medía más de metro y medio. El ser lo invitó la nave. «Dios no existe. Nosotros hemos creado la vida en la Tierra. Tú serás el mensajero y escribirás todo cuanto te digamos», le dijo. Vorilhon cambió su nombre por Rael, para difundir el mensaje, y dejó atrás su vida como periodista de deportes y cantante amateur.



—¿Tú vienes aquí como adepto o nada más para ver? —me pregunta Benigno, moreno, 55 años, habla sin rodeos.
—Como adepto —respondo.
—Porque si no te gusta y ya no vienes no hay problema, ¿eh? —advierte con arrogancia. Tiene casi dos décadas en el movimiento.

«Uno de nuestros objetivos es feminizar al mundo», dice, «eso no quiere decir ser gay sino que debemos ser más sensibles, pacíficos y menos conflictivos». Benigno sigue con un discurso contra la Iglesia Católica, «que nos ha manipulado por siglos. ¿Y qué hacen con Jesucristo? En vez de practicar sus enseñanzas le ponen veladoras».

A la reunión llega Giovanni, de 39 años: es su primera vez. «Me los imaginaba con celulares y aparatos para tener contacto con los Elohim», dice. Los demás ríen.

“Elohim” es una palabra extraída del Antiguo Testamento, traducida erróneamente, según Benigno, como “Dios”. «El verdadero significado es “aquellos que vienen del cielo”». Según su concepción, el mundo fue creado hace 25 mil años por los Elohim, que hicieron a todos los seres vivos en un laboratorio. Incluso Cristo, Buda y Mahoma fueron producto de una clonación, y ahora viven en otro planeta. «Muchos no lo creen, pero ya llegará el día en que se quieran subir con nosotros a su nave», advierte.

—¿Se puede ser inmortal?
—Claro, con la clonación. Ya hay niños clonados que están con los Elohim.

El 27 de diciembre de 2002 la empresa biotecnológica Clonaid, vinculada al movimiento raeliano, anunció el nacimiento del primer ser humano clonado: una niña de nombre Eva. La noticia cimbró al mundo, pero Clonaid no aportó pruebas contundentes. Hoy la congregación habla de cuatro clones más de la misma mujer. «No sólo seremos una copia genéticamente idéntica de alguien, sino que también se podrán transferir la memoria y la personalidad originales al clon», explica Benigno.



«Vamos a empezar», ordena Benigno, «se quitan suéteres, relojes y celulares por favor, para no hacer interferencia». Me tiendo boca arriba con la cabeza cerca del tronco del eucalipto: comienza la meditación, la única forma de contactar a los Elohim, cosa que, además de Rael, nadie ha logrado. «Cierren los ojos y sientan cómo están vivas las células de sus cuerpos. Visualicen primero sus pies y suban lentamente por sus piernas y rodillas», indica Benigno. A los 30 minutos, dice: «Ahora ven a los Elohim en un campo muy bonito, se acercan a ellos y los saludan. Despídanse: es momento de regresar, ya llegará la hora».

Es un ritual religioso, pero parece un picnic: en un mantel blanco sobre el pasto se disponen recipientes con huevo con chorizo, frijoles refritos, nopales, tortillas, agua de naranja. «Demos gracias a nuestra madre tierra que nos ha dado esto. Y a los Elohim, que nos permiten disfrutarlo», pronuncian todos, con tono solemne, antes de comer.

Giovanni, el nuevo, me habla de su vida: es soltero y poco afortunado en el amor. La timidez se nota hasta en sus movimientos. Es delgado casi hasta los huesos y de cabellos hirsutos que se disparan bajo la gorra. También hablo con Rubén Campos, fundador del movimiento en México. Viste de blanco y de su cuello pende el símbolo raeliano: «Nuestra principal dificultad para ganar adeptos es decir que Dios no existe. Nosotros cambiamos ideas y paradigmas, pero la gente se resiste».

—¿Qué planes tiene el movimiento?
—Difundir el mensaje y construir una embajada para los Elohim.
—¿Vendrán pronto a la tierra?
—El día que estemos lo suficientemente adelantados tecnológicamente.

Desde el encuentro con Rael, los Elohim pidieron la construcción de un “aeropuerto extraterrestre”, donde aterrizarían para entregarnos información científica acumulada durante 25 mil años.

«Hace 15 años Rael dijo que ya había recursos suficientes para construir la embajada, pero hasta ahora ningún gobierno ha querido donar el terreno. Los Elohim pidieron que fuera en Israel, pero las negociaciones nunca prosperaron. En África las pláticas van muy avanzadas». La misión es difícil por economía: los raelianos piden 30 dólares mensuales a cada feligrés. Según su sitio web, la construcción costará 20 millones de dólares. Sólo se han reunido siete.



Los raelianos tienen 70 mil integrantes en 80 países, principalmente en Canadá, Estados Unidos, Francia y Japón. Sin embargo, en México son poco más de 70 personas. No tiene registro ante la Dirección General de Asociaciones Religiosas de la SEGOB. Tampoco oficinas ni un lugar fijo para realizar reuniones, que son una vez al mes en el Parque Hundido o el Parque Aragón. En el grupo donde estoy sólo hay nueve personas, las mismas que durante varios años han sido fieles al movimiento. Además de ellos, el grupo ha visto pasar decenas de chilangos, la mayoría curiosos que no vuelven nunca más.