A diez días de la publicación, Carmen Aristegui invitó a Sotelo y Martínez a CNN. Les pidió, sin preámbulos, que le precisaran la justa dimensión del descubrimiento.

—¿Se descubrió la causa de la esclerosis múltiple? —preguntó Aristegui.

—Si se corrobora mundialmente (el hallazgo publicado), sí es la causa de la esclerosis múltiple —reviró Sotelo, molesto, un estado de ánimo que mantuvo en la charla.

—La diferencia de antes a ahora, es que antes no había un “si”, no había un “if” —añadió Martínez Palomo.

El hito médico se derrumbó en segundos: «La enfermedad más importante de la neurología va a estar controlada», palabras de Sotelo a CONACYT días antes, eran, entonces, si no una falacia, al menos una grave exageración.

Por esos días recibí un email. «Te contacto para pedirte información sobre un tema que estás reporteando. Me diagnosticaron esclerosis múltiple. Quisierta pedirte datos del médico (Sotelo) o información que me sirva. Gracias por tu ayuda. Rodolfo Rivera».

Lo llamé. Me dijo que había oído en la radio la noticia de “la cura” y me contó su historia.

Hace tres años, este diseñador gráfico de 39 años tomó una copa de anís en el restaurante El Cardenal. Al instante se sintió como si hubiera bebido torrentes de alcohol. El roce del pantalón le causaba un intenso hormigueo. La sensación se trasladó a sus muslos. En el Centro Médico Siglo XXI, un neurólogo le hizo varias preguntas. Tras oírlo, le hizo una prueba: pasó su mano por la planta del pie. El hormigueo hizo que Rodolfo se retorciera del dolor.

—Hoy vamos a internarte. No saldrás del hospital en una semana: algunos estudios se harán de noche, y otros son tardados.

Le hicieron una resonancia magnética, pruebas de sangre y orina, una tomografía computarizada y un estudio neurofisiológico de potenciales evocados para el que le insertaron agujas en la cervical.

A tres días de internado, estaba listo el diagnóstico: esclerosis múltiple.

Una mañana acudí a una sesión para enfermos con este mal en el INNN: “Afecciones psiquiátricas de la esclerosis múltiple”, de la psiquiatra Ileana García. Los pacientes entraban al salón con familiares o parejas. Algunos hablaban con dificultad, otros usaban bastón. Sentadas, aguardaban el inicio dos enfermas de unos 20 años y un joven de edad parecida. Además, alumnos y empleados de laboratorios, todos de blanco.

La sesión se realizó en un salón con sillas plásticas. Al centro, un estudiante controlaba una PC conectada a un proyector. La plática de la especialista se desarrolló en calma. Al final, sin embargo, la conferencia cerró con una sesión de preguntas y respuestas.

—¿Ya supo lo de la investigación de la varicela? —cuestionó una mujer.

—Esa investigación representa un gran adelanto, ¿no? —dijo otro hombre.

—¿Mi hijo debe vacunarse contra la varicela ahora que se sabe su relación con la esclerosis? —expresó una madre.

Con toda la sensibilidad que cabía en ella, la doctora les advirtió que era inútil depositar la esperanza en la noticia: aún no se sabía la causa de la esclerosis múltiple y, por lo tanto, no existía la medicina milagrosa.

Los asistentes salieron en silencio.