—¿Te vas o te quedas? —le preguntaron sus mejores amigos hacia las 2 am. Patricio Saborit optó por quedarse al after en el Living de la Roma.

Bailó sin compañía hasta que sintió una mirada. Apoyado en una columna estaba Salvador, un tipo varonil de 32 años que lo saludó con la mano. Patricio caminó hacia ese hombre de camisa rosa.

—Hola. Te vi desde que estabas con tus amigos —dijo Salvador.

—También te vi, pensé que no me ibas a hablar.

—Sí, hasta que estuvieras solo.

Tras un par de vodkas y algunos besos, Patricio hizo pasar a su Audi a su nuevo affaire. El destino: su departamento, en la Nápoles.

Ahí, Patricio ingresó al baño. Mientras se lavaba la cara escuchó un golpeteo. En la mesa del comedor, Salvador molía unos grumos blancos.

Minutos después, con un tubito hecho con un post it, Patricio inhaló cocaína, algo que nunca antes había hecho. «Y entonces empezamos a fajar», recuerda Patricio. A continuación, Salvador se pasó el dedo meñique por las encías con la cocaína sobrante, y sacó un frasquito amarillo que acercó hacia la nariz de su compañero. Patricio inhaló.

Mareado y con taquicardia, sintió una opresión en el pecho que le hizo perder la conciencia. Aunque Salvador huyó, Patricio fue hallado vivo horas más tarde por su roommate, que lo internó en el Hospital Ángeles Mocel. «Estuve cerca de colgar los tenis», admite. Sus padres, habitantes de Zapopan, Jalisco, nunca supieron del infarto.

«He visto varias veces más a Salvador convenciendo a otros de inhalar coca con poppers», dice este abogado de 28 años.

De pronto, a la entrevista en la Zona Rosa la interrumpe un grito: «¡Pato!» Es Mateo, un amigo, que ya entra al Starbucks.

—¿Cómo estás? —le dice a Patricio con un beso en la mejilla.

—Aquí, dando una entrevista.

—Uy, toda una luminaria….

—Ya ves. ¿No te quedas?

—No, el deber me llama.

—Estamos hablando de poppers, y como eres un experto…

—¡Al menos yo no me infarto!