Macarena no pierde el tiempo pensando en lo que haya quedado mal… «No entiendo a las personas que se lo hacen cuatro veces; por ejemplo, a mí me quedo la nariz chuequita. No entiendo a las personas que se lo vuelven a hacer, y lo peor es que lo hacen con el mismo cirujano. Lo que no quedo tan perfecto pues ni modo. Una vez mi ex, un cirujano plástico, me contó: “no sabes lo que hace fulanita, se hacía la lipo con anestesia local”, y ella le decía con el dedo “es que aquí le hace falta”, y el me decía: “si pudiera me quitaría la cánula y se la haría ella misma”. Una vez le dijo “a ver préstame eso”. Porque estaba desesperada de verdad, iba una vez, otra y otra y nunca quedaba conforme.»

—“Conforme” es una palabra clave. Como “segura”. ¿es necesario ser guapa para tener éxito?

—Definitivamente no —cree Macarena—. Pienso que es mucho más importante sentirse así, y entonces se lo haces creer a las demás personas. Yo misma soy insegura y veo entrar a un lugar a una mujer fea y digo “mataría para tener esa seguridad”. De verdad no sé cómo lo consiguen, no sé a qué escuela fueron, qué padres tuvieron.

Daría cinco años de mi vida para ser una persona muy segura y dejar de gastar dinero y esfuerzo en querer ser bella. Hay muchísima inseguridad en las mujeres, y lo chistoso es que son contaditas las que saben lo que quieren. La mayoría te dice “tu sugiéreme”.

—¿Y por qué hay tanta inseguridad?

—Por ociosas. Si tuviéramos una vida tan interesante sin tiempo para estar pensando en esas cosas, seguramente sería lo de menos.

Le pregunté a Brisia, un par de días después, si con todo el dinero que gastó en cirugías no hubiera preferido, alguna vez, hacer alguna otra cosa. «¿Cómo qué?», respondió.

Epílogo con bistec

En el quirófano, Aurioles coloca en un sobre el sello de garantía de los implantes de siliconas que reza: «Felicidades por este esplendido cambio en su vida».

Angélica despierta de la anestesia, con una especie de corset–faja que sostendrá su piel. Se queda congelada en el desperezo con una mano en un puño. Cuando habla, pregunta con un hilo en la voz:

—¿Me pusieron las pompas…?

Le digo que no, que le pusieron pechos.

No puedo olvidar su herida ojo de carne y las capas internas de sus senos. La imagen me persigue cuando, media hora luego de su operación, me siento a comer con el dúo de cirujano.

Pido bistec para forzar los sentidos. Ellos beben y ya relajados cuentan anécdotas. Que «una vez vino uno con una revista Penthouse y pidió a gritos: “¡Así quiero que las dejen, yo estoy pagando!”»… Que una señora llevo a su hijita de 14 años y dijo: «Doctor hágale algo, que esta muy fea mi hija» (no aceptó, aclaró Aurioles). Que tampoco los cirujanos pueden hacer milagros, a lo sumo «De tinaco te paso a boiler», ríe quien aspira a ser Miguel Ángel. Al fin y al cabo, «al octavo día Dios creó al cirujano plástico».