En el 33, “Lucha Villa” nos deleita con su…ehm.. bravura

Tanto Javier como Juan Alfonso tienen 19 años. Así son los éminems grises del grupo de break dance Explode Element. Encontraron a su entusiasta compañero Fair, de 15 años, cuando hicieron una presentación en la Secundaria Juan de Dios Bátiz Paredes, en Satélite.

«Hay gente que cree que somos drogadictos —lamenta Javier—. O que somos chavos banda. Pero no somos. Si tomáramos drogas, no podríamos hacer eso.» En los concursos en que participan, no suelen vender al público bebidas más fuertes que Coca-Cola. «A veces fumo —admite el diminuto Jair—. Pero muy poco. Te daña demasiado.»

Cuando me contaron de la existencia de un submundo de B-boys en la zona norte de la ciudad de México, quise investigar. Pero no suelo buscar la diversión en las escuelas secundarias. Tampoco tengo costumbre de asistir a los gimnasios y salones de fiestas de Tlalnepantla, Ecatepec y Atizapán, donde hacen los concursos.

Por fin, un productor de discos me dio el tip de que cada martes y jueves, entre las 8:30 y 10:30 de la noche, algunos suelen reunirse en el estacionamiento de Chedraui del centro comercial Mundo E en Satélite.

Durante los últimos tres o cuatro años este lugar ha sido el estudio y cuartel general de la comunidad. Allí hacen piruetas y contorsiones como si fueran pretzels humanos. Brincan, se balancean en una mano, giran sobre los hombros, caen de forma que a uno le duele verlo. Los que hacen sus compras en Chedraui se detienen para ver el espectáculo, antes de vaciar sus carritos en las cajuelas de los coches.

Los B-boys de México bailan por amor al arte. En los concursos, rara vez el premio gordo pasa de los dos o tres mil pesos, dividido entre un crew de cuatro o cinco chavos. Es muy poco probable que Madonna pase por Mundo E para hacer el casting de su próximo video. Las empresas que los patrocinan en otros países (por ejemplo, los fabricantes de zapatos tenis) los ven con desprecio aquí.

La noche en que los visitamos, otro chavo, Adrián, de 17 años, fumaba mucho y bailaba poco. Parecía más interesado en impresionar a Ximena, una chica de 16 años que había empezado a bailar un mes antes. En los concursos de los B-boys, muchas mujeres asisten, pero suelen ser acompañantes de los bailarines. Muy pocas de ellas bailan. «Es que es bien difícil —explica Ximena—. No tenemos fuerza para aguantar.» Sin embargo ella se puede balancear sobre la cabeza, y sostener todo su peso con una mano. Quizá será la promesa de la cultura de las B-girls aquí.