Este perfil fue publicado en la Revista Chilango en la edición de enero de 2013. Aquí lo reproducimos íntegro.

Por casi 30 años condujo el noticiario televisivo más importante, el “oficial”, donde no existía la disidencia. Hasta antes de fallecer, su programa de radio era el más escuchado en su horario y en 2012 volvió fugazmente a la TV para la cobertura de los Juegos Olímpicos. Su regreso coincidió con el del PRI a Los Pinos; los vecinos de La Merced y el hombre más rico de México lo respetan por igual. Éste es Jacobo Zabludovsky.

La mañana del 19 de septiembre de 1985, cuando la Ciudad de México fue sacudida por el peor terremoto de su historia, Jacobo Zabludovsky dejó a su esposa en casa y salió a buscar la noticia entre las ruinas. Entonces él no lo sabía, pero era el único periodista que logró transmitir para la XEW a través de un teléfono móvil, uno de esos Ericsson que se instalaron en unos 600 autos, un servicio por el que se tenían que pagar alrededor de siete mil dólares. Durante sus 12 horas de grabación sólo hubo un largo silencio. Sucedió cerca de las nueve de la mañana, cuando llegó al edificio de Chapultepec 18 y lo vio convertido en escombros, apenas con una parte de su fachada en pie, la cual conservaba el logo de Televisa y una marquesina en la que se leía con letras rojas Canal 2.

Él sabía quiénes habían muerto porque él los había contratado, les había asignado su horario y su escritorio, sabía que estaban ahí a las 7:19 de la mañana cuando la tierra se cimbró. Durante unos segundos la culpa lo hizo flaquear. «Era mi familia, perdí a 100 miembros de mi familia. No pude decir nada, sólo comencé a llorar en silencio. Después me ganó la conciencia de que tenía que seguir informando, que la gente necesitaba información.» Aquel día lo recuerda como el más difícil de su carrera. «Mi ciudad se destruyó», dice. Ese día vestía una playera color amarillo pálido, de manga larga y cuello ruso, y sostenía un teléfono alámbrico de color blanco. Cuando circulaba por la ciudad, en el asiento del copiloto, dijo: “Estoy en presencia de uno de los más grandes desastres que he visto en la historia de la Ciudad de México desde que nací en ella. Estoy enfrente de mi casa de trabajo donde he pasado a lo largo de mi vida más horas que en mi propia casa y está totalmente destruida. Sólo espero que mis compañeros de trabajo, mis amigos, mis hermanos de labor, estén todos bien”.

El viejo torero

Jacobo fue nombrado Caballero de la Legión de Honor por el gobierno francés en 2004. Y en verdad es un caballero: sale de su cómoda oficina para escoltarme desde la recepción y antes de empezar la entrevista me ofrece agua, café y un chocolate. Se disculpa porque la tetera se ha averiado. Las oficinas de Jacobo Zabludovsky, un reducto de paz en medio del caos del bulevar Ávila Camacho, están en un edificio creado por su hermano Abraham, uno de los pintores y arquitectos más reconocidos en México. Sus libreros ocupantres muros del suelo al techo; el otro es un ventanal enorme que ofrece una panorámica de la Ciudad de México. A los 84 años Zabludovsky luce frágil, con la manos manchadas por los años y las piernas adelgazadas por el tiempo. Su voz grave, la que le abrió las puertas en la radio y le dio el estrellato en televisión, es la misma de sus años de gloria, igual que su lucidez y su sonrisa. «¿Retirarme?, pero si no soy un torero –dice–, no necesito fuerza y agilidad para hacer mi trabajo. No pienso retirarme nunca.» Su memoria permanece intacta y se mueve de un lado a otro de su biblioteca con energía. Entre los seis mil libros que llenan los estantes de los muros –apenas la tercera parte de su biblioteca personal–, tarda apenas unos segundos en encontrar uno de sus favoritos sobre Robert Capa, el fotógrafo fundador de la Agencia Magnum. Sus enormes ojos azules se iluminan como los de un niño que presume su colección de estampas. «Este volumen –explica mientras roza las hojas con delicadeza– incluye todas sus fotografías de la guerra civil española. Todas», dice y se disculpa por divagar. Jacobo tiene cortesía para todos, para amigos y extraños, para sus seguidores y sus críticos a quienes nunca identifi ca por su nombre pero asegura que «hacen periodismo según sus propias convicciones y valores; igual que yo». Incluso al preguntarle por aquella popular canción de Molotov, la del estribillo de “que no te haga bobo Jacobo, que no te haga bruto ese puto”, Zabludovsky celebra que ellos y otros grupos pueden cantar lo que quieran. «No sé si es ofensiva, pero si lo fuera están en su derecho de expresar lo que piensan.»

Adiós Televisa

Un hombre de 72 años se movía entre la multitud agolpada que buscaba estrechar su mano antes de su partida. Entre los flashes y el cuerpo de seguridad, se alcanzaban a ver su cabeza cana y su sonrisa. Siempre su sonrisa. Esa noche de abril de 2000 Jacobo Zabludovsky apareció por última vez en su noticiario que durante casi tres décadas se llamó 24 horas. Los últimos 15 minutos de su transmisión fueron una despedida que parecía interminable. Decenas, quizá cientos, de empleados de Televisa llegaron a su estudio, a los pasillos, a los balcones para decirle adiós desde cualquier sitio. Entre aplausos, quien fuera titular del noticiero más influyente de la historia de México alcanzaba a despedirse de camarógrafos, redactores y maquillistas. Los llamaba por su nombre de pila, les deseaba buena suerte, que cuidaran a sus hijos, que ya no fueran impuntuales. Para todos tenía unas últimas palabras.

Zabludovsky llevaba más de 50 años trabajando para la empresa cuyo patrón se declaraba “soldado del PRI”. Había memorizado los nombres de los vigilantes, de las secretarias, los números telefónicos de los directivos, las edades de sus hijos. Doce años después de dejar Televisa, Zabludovsky aún recuerda ese cúmulo de historias que lo unían con la televisora más grande de América Latina. Su público recuerda esas noticias de las que fue testigo gracias a él y también aquellas otras que el conductor estrella decidió callar. Como aquella noche del 2 de octubre de 1968, cuando Jacobo abrió su noticiario en Canal 4 diciendo: “Hoy fue un día soleado”. Sin duda no lo fue para los miles deestudiantes que se manifestaron en la Plaza de Tlatelolco. Pero la televisión, la radio y los diarios sólo hablaban de jóvenes armados que querían boicotear las olimpiadas. Al otro día Jacobo recibió una llamada del presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien le reclamó el uso de una corbata negra que interpretó como símbolo de luto. “Señor presidente, yo uso corbata negra desde hace años”, le respondió. Y era verdad, pero aquella llamada era una señal de que el Estado vigilaba cada movimiento de quienes se dedicaban a informar. Y les marcaba el paso.

–¿Alguna vez tuvo que reservarse expresiones de inconformidad como ésa?

–Siempre. Los periodistas operábamos en el margen de la posibilidad. México era un país donde los tres poderes estaban en manos de un partido, pero también la prensa estaba dominada, los sindicatos, la iglesia, las agrupaciones empresariales, la economía. Dentro de ese poder absoluto, la posibilidad periodística estaba marginada.

–¿Alguna vez mintió en su noticiario?

–Mi equipo y yo siempre tratamos de hacer investigaciones a fondo, cotejar información. En algunos casos era imposible porque las fuentes estaban cerradas. Nadie respondía tus preguntas aunque también nos inyectaron la autocensura.

–¿Entonces se vio obligado a mentir?

–Me vi obligado a quedarme con la versión oficial. Y eso lo padecían todos los periodistas, no sólo nosotros.

–¿Le parece injusto que lo identifiquen como el vocero del régimen priista?

–Es injusto, pero es explicable porque era el periodista más notorio, el más destacado. Lo entiendo aunque no lo comparto.

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