Por Jordy Ardanauy. Contenidos de la revista QUO

Regresan los vampiros y protagonizan películas y best sellers, pero ¿qué tiene que decir la ciencia y la historia de esa creencia de muertos vivientes que se alimentan de sangre? Por Jordy Ardanauy

¿Qué onda con el mito del vampiro?

Numerosos han sido los intentos de buscar una causa científica para explicar el origen de la leyenda del vampiro. Ya en el siglo XVIII se planteó la posibilidad de que se tratara de un mal contagioso semejante a la rabia que se trasmite con la mordedura de un perro.

En 1985, el bioquímico David Dolphin propuso que el mito de los vampiros podía deberse a una mala interpretación de un raro desorden sanguíneo conocido como porfiria.

Su hipótesis justificaba la supuesta fotosensibilidad de los vampiros y el célebre rechazo al ajo. Pero no se ha demostrado que beber sangre alivie el mal, ni se ha encontrado evidencia de que se haya creído tal cosa. Y lo que es peor, Dolphin intentó justificar científicamente a los vampiros del cine y la literatura, que se alimentan exclusivamente de sangre, huyen del ajo y se esconden del sol. Pero los vampiros históricos no son así. Algunos no ingieren sangre, salen de día y no le temen al ajo.

Cadáveres ensangrentados

Probablemente, el documento más importante para la historia de los vampiros haya sido Visum et Repertum (Observar y descubrir), escrito en 1732, sobre los sucesos en la población de Medvedja, en Serbia, donde los detalles expuestos sugieren a los especialistas actuales que los cuerpos sólo estaban en estado de descomposición, y que las observaciones de los testigos eran correctas, pero que habían sido mal interpretadas.

El análisis anatómico-forenses al problema de los cadáveres ensangrentados explica qué es lo que los testigos observaron en la exhumación. Esta práctica tiene su origen en el ritual del segundo enterramiento, habitual en la antigüedad.

En dichas culturas procedían a pelar los huesos y a deshacerse de la carne unas semanas después del fallecimiento, tirándola en lugares inaccesibles o recónditos, o bien quemándola. Una vez terminado el proceso, se llevaba a cabo una segunda inhumación. En las zonas frías se dejaba que el cuerpo se descompusiera durante años antes de celebrar los verdaderos funerales. Mientras no se realizase este rito definitivo, no se consideraba que el difunto estaba muerto.

Los muertos que dejan este mundo no son admitidos en el Más Allá hasta que la carne desaparece. Pero los vampiros, como cadáveres que se resisten a descomponerse, son enemigos del fluir de la ley natural. En tanto existen como cadáveres, siguen viviendo en la dimensión humana de la que no pueden huir y, por eso, pueden volver. No fue hasta la Edad Media cuando el vampiro adquirió sus rasgos diabólicos, inmortalizados por el cine y la novela.

Historias de vampiros ¡Reales!

El comerciante de Pentsch

Johannes Cuntius era un concejal de Pentsch, en Silesia (Polonia). Un día de 1592, mientras convalecía de una caída de caballo, un gato negro le atacó hasta matarle. No llevaba ni dos días muerto cuando surgieron rumores de su aparición.

La leyenda dice que al desenterrarle, su cuerpo estaba intacto.

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Un No Muerto en Kringa

En 1672, en esta aldea croata se empezó a hablar, tras la muerte de Jorge Grando, de una figura que rondaba por la noche.

Su viuda afirmaba que ese espíritu le chupaba la sangre. Se abrió la tumba y, al ver el cuerpo incorrupto, le clavaron una estaca, pero como rebotaba, le cortaron la cabeza.

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El horror de Kisilova

Peter Plogojovitz murió en 1725 en Kisilova (Serbia). En los días siguientes perecieron ocho personas y se desató una ola de histeria que llevó a la gente a jurar que habían visto a Peter estrangulando a las víctimas.

Por esa razón, un oficial imperial abrió la tumba. El cuerpo estaba fresco.

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El bebedor de sangre de Medvedja

Del serbio Arnold Paole se decía que había sido atacado por un vampiro y se había salvado gracias a que comió tierra de la tumba del chupasangre.

Tras su muerte, se dijo que salía a matar. Al desenterrarlo vieron el cuerpo sin descomponer y con restos de sangre en los ojos y la boca.