Mónica— El precuerno… el amor platónico… ¡No y no!— me reclamó Sandra el otro día—. El problema con mi pareja va más allá, lo ha invadido todo como una masa gelatinosa y ahora ya está también… en mi cama.

¡Así que eso era! El desgano sexual, ¿era síntoma o causa de las broncas de pareja de mi amiga? Daba igual: la mente es muy poderosa, mi pequeño Solím… En esta búsqueda por escapar de la realidad, cuando no queremos cambiarla, sino simplemente perfeccionarla, la solución más lógica es acudir a la versión porno: la fantasía sexual. Cuando se tiene pareja, además de las escenas románticas y amorosas, sublimes y perfectas que se pueden imaginar con otro, se pueden y se deben imaginar toda suerte de guarradas pornográficas, para divertirse nomás, o por rebeldía, o para poner el cuerno mental bien puesto o simplemente para subirle de tono al encuentro. Total, que ellos lo hacen todo el tiempo y una ni se entera.

Por eso es muy recomendable tener en la vida no sólo un gran librero repleto de novelas y una amplia colección de CDs y DVDs, sino una eroteca mental de la que uno pueda echar mano en cualquier momento. Si hemos leído a Sartre, a García Ponce o a Pauline Réage, si hemos visto Calígula o por lo menos Emmanuelle, si hemos navegado en sitios porno o sintonizado el canal Venus en nuestro distribuidor de cable de confianza, ya tenemos con qué aderezar nuestros encuentros carnales más cotidianos. Así, el novio conservador se puede convertir en el feroz Calígula o nosotras transformarnos en Inmaculada, y todos tan contentos.

Pero si faltan estas herramientas culturales en nuestro universo mental, no importa. Podemos meter a la cama con nosotros no sólo al hermano guapo de nuestras viejas amigas, sino a respetables señores casados, prominentes políticos, premios Nobel de física y los clásicos galanes de Hollywood, por turnos o a la vez, acompañando en perfecta camaradería a nuestra pareja real o teniéndonos para su personal disfrute.

Es posible también, como no, ser una misma la actriz del momento o una niña de 16 años que está por perder su virginidad, o la señora casada que hará perder la suya a un niño de secundaria. Se puede ser meretriz, diputada, empresaria o astronauta en orgía maravillosa por el espacio. Una, en su inquieta cabeza, puede hacer todo lo que se le dé la gana.

Así también, podemos tener sexo mental en los lugares que jamás osaríamos violar con líquidos seminales, como los vestidores de una tienda departamental el coche de un tío de ultraderecha o la cama de un hospital… Todo sea por el bien de la pareja y la conservación de la familia.

¿Y en la vida real? Fuera de mis premios Villaurrutia, de un profesor de literatura que hoy sale mucho en la tele y de un actor de fama local, no he tenido muchos personajes exóticos en mi cama; tampoco lo he hecho en el baño de un avión ni en los vestidores de grandes o pequeños almacenes…

¡Ah! Pero dentro de mi propia cabeza han ocurrido toda clase de cosas. Superproducciones llenas de extras, en locaciones imposibles y con un presupuesto que ya hubiera querido el productor de Avatar.

Sandra se enoja cuando le explico esto.

—Ya no estoy para eso —me dice, muy seria—. No soporto desvelarme, tengo que llegar a dormir a mi casa y preparar en la mañana el lunch de mi hijo. Tengo a veces cinco juntas en un solo día, debo pagar mis impuestos y terminar de una maldita vez mi tesis de maestría. ¡Y tengo casi 45 años!

No se le notan. Tampoco se le ve nada a disgusto con su novio Horacio. Se miran con amor, se toman de la mano en las reuniones y ríen mucho. Ella no va a dejarlo para buscar emociones fuertes en los brazos de un torero famoso, ella no va a sustituir sus encuentros en la cómoda cama de él por las ardientes arenas del desierto Saudí. Ella, simplemente, está haciendo un berrinche.

—No tengo problemas para imaginarme lo que sea —me aclara—. Te juro que conozco mujeres que no se han atrevido nunca a hacer nada que rompa un poquito con los actos más convencionales, pero tú sabes bien que ese no es mi caso. Lo que no puedo imaginar en realidad es mi vida sin Horacio, por mucho que estemos en esta maldita crisis desde hace meses.

Mi psicólogo, me parece, está a punto de ganar una nueva clienta.

Mónica también escapa de la realidad con su imaginación. Se imagina que la gente es puntual, las calles están bien señalizadas, terminó la guerra del narco y su hijo la obedece. Luego se va a la oficina de lo más contenta.