Claudia es toda una chica fitness, alta y atlética. Una barbie castaña, nariz respingada, piernas largas, modos muy amables. A ella sí se le notan sus pechos “nuevos”. Llueva o truene, lucirá un escote que muestra la línea entre ellos. Y lentejuelas, y cuentas de cristal, y zapatillas con piedras brillantes. Tiene poco más de 20 minutos para mí porque debe llevar sus dos niños a natación, en algún lugar por Lomas de Santa Fe. «Me operé en un momento muy sexoso de mi vida, estaba haciendo mucho ejercicio, muy guapa, en un gym con instructoras monísimas, todas operadas. Chichis es lo más pedido, cuando estaba yo en recuperación el consultorio estaba como central camionera.» Cristina coincide: «Tengo amigas que se lo hacen por el síndrome de las divorciadas: en el momento que ya cierran el negocio con el marido de cómo va a ser la pensión, cómo va a ser la venta de la casa y todo, lo primero que hacen es ir a ponerse chichis, todas. Entre los 33 y los 40 se lo avientan. Del colegio, de todo mi grupito de 11, las 11 todas están operadas de algo, de busto, nariz, orejas, y panza. La mayoría del busto».

Pero Claudia se confiesa: «Fue un momento de arranque, de impulso, no de reflexión. Si lo pensara ahora, no me operaba. Fui con mi vecino un cirujano conocidísimo, y a la semana ya estaba operada. Siempre fui muy natural y de repente eso me rompió el equilibrio; siempre he sentido esa parte postiza y algo postizo te rompe tus cabales naturales de energía. Hay una sensación de sentirte a gusto, pero no lo volvería a hacer, la autoestima no está en las chichis. Una vez le dije a un compañero en el gimnasio: “¿No te parece un pleonasmo de la vida que lo mejor que tengo es postizo? Y él dijo: “lo mejor que tienes es tu sonrisa”. Y dicho por un hombre ¿eh?».

La reacción de los hombres es un tema crucial. Cristina asegura que su vida sexual cambió “no sabes cómo”. Brisia, en cambio, dice que «me da como cosa estar con alguien, siento que se van a fijar mucho en la cicatriz».