¿En qué consistía?

No faltaba que la miss se ausentaba unos minutos (seguro para ir a echar un café con la de inglés, hacerse tonta en el baño, o fumarse un cigarrito) y dejaba el salón a cargo del más “reponsable”, que casi siempre también era el jefe de grupo. Y en esa aparente libertad, todos estaban aterrados hasta de tirar el lápiz, porque el acusoncito en cuestión siempre te apuntaba en una libretita y te acusaba por hacerlo “a propósito”.

¿Cómo lo combatíamos?

Una de dos: o quedarte como estatua en tu lugar, o enfrentártele al niñito. Nada que un poco de violencia, física y psicológica, no puedan resolver. Casi siempre, aquí es cuando nos hacemos unos cínicos para el resto de nuestras vidas.

¿Cuál es la versión adulta?

El acusón o acusona crece para convertirse en el chismosito de la oficina. Cuidado cuando andes platicando en el baño con alguien, y mucho más si lo haces de alguien también de la oficina, porque al día siguiente todos tendrán una versión mucho más densa de la original.