…y tu curso, ¿de qué lo quieres?

Mi papá quería que yo estudiara medicina, “leyes”, arquitectura, incluso odontología. Qué es eso de estudiar “Inteligencia de negocios” o “Seminario de Estrategias Electorales”. Bueno, es que, papá, te tengo una noticia: el mundo está rarísimo. Clonaciones, bloggers, gatitos enfrascados, virus electrónicos, virus reales, narcocultura, dios mío ¿qué es todo esto? Ni siquiera los maestros (esa sagrada institución unipersonal que insistías en que yo respetara de pequeña) los saben realmente, aunque lo intentan.

El punto es que, en esta bendita Ciudad de México, decir que hay una gran oferta educativa es quedarse corto: esto es una epidemia, un sarampión que les sale a las bardas, a los postes, a los pizarrones informativos de las escuelas, los institutos y hasta los centros comerciales. “Estudia”, “Aprende”, “Dirige” “Cultívate” “Ensaya”, “Descubre” “Experimenta“… Llego a mi casa recordando todos esos slogans de las casas de estudio: desde el chistosísimo (y un poco desafortunado) “No te la crees” de la Universidad ICEL hasta “A soñar también se aprende” de la Universidad Iberoamericana, pasando por el escueto “Cultura Emprendedora” del ITESM.

En eso estoy pensando cuando el editor de esta revista me llama para proponerme un reportaje sobre la oferta de los cursos de todo tipo en la ciudad, con lo que tengo el pretexto perfecto para salir a la calle y quitarme la duda.

Imagino cuál de todos los oscuros diplomados, talleres o seminarios podré tomar que mejore a) mi sueldo, b) mi autoestima, c) mi relación con el automovilista de enfrente o d) ya por lo menos me detenga de ese impulso malsano de hacer palomitas de microondas y prender la horrible televisión nacional. Como la crisis no está como para vender piñas, antes de invertir en un “cursillo” busco un norte, alguien que me diga si de verdad vale la pena.