Sí, ya estamos hartos. Suena a
Jorge Garralda y su “¡sabe qué, no se deje!”, pero de verdad ya las cosas peor
no pueden estar. México juega contra equipos como Islandia y Corea del Norte,
hay una epidemia de piojos, los diputados se toman un puente de 12 días por
Semana Santa, la plana mayor de la seguridad gringa viene a decirnos que sí
tienen la culpa de la narcoviolencia pero que sólo poquito y… sufrimos como
Precious. O como la gente que llama al programa de Garralda para decirle que su
vecino tiene 40 perros que le ladran a sus hijitos.

No se deje… he dicho




Todo eso sería soportable si en todo este desmadre no hubieran muerto dos
estudiantes del Tec de Monterrey en una balacera entre narcos y militares. Dos
estudiantes, Jorge Antonio Mercado Alonso y Francisco Javier Arredondo Verdugo,
que tenían becas de excelencia y estaban desarrollando proyectos de robótica y
de eficiencia automotriz que ya interesaban a empresas extranjeras. Y que
murieron a unos metros de la entrada a su universidad.

Sí, ya se ha hablado mucho de eso; sí, ya todos –pero todos, desde el
presidente Calderón hasta el gobernador de Nuevo León- expresaron sus
condolencias y cuánto les duele lo que pasó. Pero eso no cambia nada. El punto
es que dos chavos -ya no importa qué tan prometedores o que tan inteligentes- murieron
afuera de una de las universidades emblema del país. No fue en Tepito, no fue en la Sierra de Santa Catarina, no
fue en una favela de Tijuana. Afuera del Tec. No se deje, dice aquel amigo, y
habría que hacerle caso.