Por Ruy Feben y Mael Vallejo,
que esperan morir, si no guapos (lo cual es imposible), sí
famosos.

Justo esta semana, Chuck Palahniuk (a quien tal vez
recuerdes por grandes frases como "la primera regla del Fight Club: ¡NO HABLAR
DEL FIGHT CLUB!") escribió una columna en la que dice que

Los hombres esperamos el suicidio con la misma emoción (casi impaciencia infantil) con que las mujeres esperan el día de su boda

los hombres esperamos
el suicidio con la misma emoción (casi impaciencia infantil) con que las
mujeres esperan el día de su boda. Debráyate con eso, pero no te pierdas de lo
que sigue: dice que todo ser humano tiene el derecho de morir como se le pegue
la gana, y que, en lo que a él respecta, prefiere ser responsable de su propia
muerte antes de dejarle tan importante asunto al destino. Tiene sentido:
pasamos la vida preocupándonos por tener calcetines limpios, pero no somos para
dejar todo arreglado para que el momento de nuestra muerte sea, si no digno, al
menos glamoroso. Chuck incluso investiga: dice que lo mejor para suicidarse es
el monóxido de carbono, que no sólo es indoloro, sino que lo deja a uno como si
estuviera plácidamente tranquilo, como soñando con Alyssa Milano. Esta manera
tan civilizada de morir es lo que el mundo necesita. Sin embargo, en vez de
ello tenemos a celebridades que ni siquiera tienen la dignidad de morir en la
cima de su carrera. Ahí está el pobre Corey Haim, que pudo haber muerto a
mediados de los ochenta, cuando las chicas suspiraban por él, cuando tenía
asegurada una tumba VIP llena de recaditos adolescentes y spray para el
cabello. Pero no: el tipo prefirió morirse a los treintaytantos, cuando su
carrera estaba perdida
(ni siquiera conservaba la nostálgica gracia de su
tocayo Feldman, el pobre). Es más, ni a sobredosis digna llegó: el ganapán tuvo
a bien darse un pasón con su madre al lado. No con una modelo, no con una horda
de modelos, ni siquiera con una porno: con su mamá. Hay que entenderlo: después
de todo, incluso Farrah Fawcett, que fue hottie de celuloide durante más tiempo
y con más intensidad que Corey, fue olvidada por el panteón de los Oscares a la
hora de los homenajes post mortem. Después de todo, la lección es clara: más
vale dejar de hablar del Fight Club y empezar a morirse a tiempo, antes que ser
ultra celebridad y quedar en ridículo (¿Nos estás leyendo, César Nava?). Ahora
sí, noticiones.