Todos fuimos alguna vez mocosos y sacábamos de quicio a nuestros padres, y a su vez, éstos nos metían regañadas que nos hacían derramar las de cocodrilo. Ya por nuestra mala conducta, o porque también ellos se pasaban de la raya en su afán de educarnos, nunca faltaba un motivo para hacer del día a día familiar un episodio de telenovela.

A continuación, te ofrecemos una serie de situaciones que desataban el enojo y las reprimendas, las tristezas y los lloriqueos, los dramas familiares de la infancia:

-Cuando te mandaban a la tienda y te daban mal el cambio o lo perdías. Tu mamá se encabritaba (“¡ay, si serás…!”), tu papá gritaba (¡¡¡#%@&¢#!!!), tú llorabas (“si ya saben cómo soy pues para qué me mandan”).

-En el festival de 10 de mayo, debías salir en el bailable. Odiabas el arte de la danza, pero tus papás adoraban tu dislexia y falta de coordinación motriz, así que, por más que berrearas y patalearas, te obligaban a hacer el oso de tu vida.

-El domingo a las 23:45, recordabas que debías llevar al otro día a la escuela algo de la papelería. Ahí tienes a la jefa movilizándose entre las vecinas para conseguir el material. Eso sí: calabaceada segura por no avisar a tiempo.

-Si eras un chamaco adicto a los videojuegos, a veces pasaba que ya en el último mundo de Mario Bros, te mandaban a las tortillas; le ponías pausa al juego y, al regresar, ya te habían apagado el Nintendo. ¡Dramón seguro! Pobre de tu amá o de tus hermanos o de quien hubiera realizado semejante infamia.

-Cuando extraviabas alguna prenda del uniforme escolar (el suéter, por ejemplo) o los útiles (la goma, el sacapuntas o, ¡válgame diosito!, la regla). Entonces, el espíritu de Marga López poseía a tu madre: “¿es que no valoras las cosas?”.

-Siempre había un maestro con inclinaciones de artesano que te dejaba hacer una maqueta elaboradísima o un mapa de la república recubierto con sopa de codito y tallarines. La tragedia: toda la familia se pasaba la noche del domingo en vela ayudándote a elaborar tu obra artística.

-Tu papá te llevaba a la escuela de camino a su trabajo (con el tiempo encima y estresadísimo por el tráfico insufrible), y ya que estaban por llegar, recordabas que se te había olvidado la tarea en la mesa: “¿nos podemos regresar?”.

-A veces te mandaban a la tienda y, de regreso, hacías una escala en las maquinitas para echarte un Street Fighter II. Ya picado, se te pasaba el tiempo y al llegar a tu casa, ya todos andaban buscándote “con el Jesús en la boca”.

-¿Quién, que haya vivido en un departamento, no jugó fucho en la sala-comedor? A menudo, disputabas el clásico de clásicos con tu hermano y, en una media tijera estilo Hugol, rompías tu cabezota o, peor aún, el jarrón de porcelana china.

-De chicos nos daban asco las verduras (calabaza, brócoli, chayote) y armábamos unos tangos tamaño Gardel pa’ no comerlas. Pero las mamás siempre nos ganaban en eso del drama: “¿no ves que hay niños muriéndose de hambre en África? Y tú desperdiciando”.

-Entre carnales, era muy común jugar a las luchitas. En una de ésas, se te pasaba la mano y no medías tus fuerzas; le aplicabas a tu hermanito una quebradora en todo lo alto y de pronto descubrías con angustia que ya no respiraba.

-Tu mamá tiraba a la basura tu colección de tazos (“¿y esto pa’ qué sirve?”); tú, lógico, se la hacías de jamón. Ella, inspirada en algún capítulo de Lo que callamos las mujeres, contestaba: “¿te importan más tus cochinadas que yo?”.

En fin, éstas son algunas situaciones que, allá en nuestra lejana infancia, provocaban drama seguro. Y ya para terminar, nos gustaría conocer tu experiencia infantil: ¿qué circunstancias hacían estremecer tu seno familiar? ¿qué aprietos terminaban en dramón?

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