Contrario a hoy día, el teatro fue la gran
diversión de los porfiristas y novohispanos.
Los de 1810 contaban con El Coliseo Nuevo, al cual le cabían unas 400 personas. Ahí se presentaban dramas y zarzuelas que se repetían constantemente debido a la falta de nuevos libretos. Cuando eso pasaba, la diversión estaba en piropear a las actrices hasta sacarlas llorando del escenario. Las «sombras chinescas» también maravillaron a la capital de la Nueva España: un telón blanco, donde se proyectaban imágenes elaboradas en cartón, iluminadas desde atrás con una linterna. Los encargados movían las imágenes, había música de acompañamiento y un apuntador que explicaba al público lo que estaban viendo. Normalmente eran escenas bíblicas o de las tragedias griegas, pero también proyectaban imágenes que representaban las batallas entre las fuerzas españolas y el ejército de Napoleón.

Se presentaban dramas y zarzuelas que se repetían constantemente debido a la falta de nuevos libretos. Cuando eso pasaba, la diversión estaba en piropear a las actrices hasta sacarlas llorando del escenario.

Los novohispanos también se divertían con los toros y el frontón, les gustaba pasear los domingos por la Calzada de la Viga, la Alameda y el Paseo de Bucareli, donde solían enamorar a las damas que les gustaban. Los porfiristas abandonaron Bucareli por el Paseo de la Reforma, pero seguían yendo a la Alameda y a los toros, aunque el frontón no les emocionaba tanto. Los deportes que acababan de llegar a México pronto tuvieron gran afición: futbol, beisbol, natación, patinaje y carreras de automóviles. También tenían una mayor oferta teatral: El Colón, El Principal y otros teatros ofrecían funciones por hora, lo que permitía que mucha gente entrar a divertirse, luego de trabajar durante 14 horas diarias. El espectador que llegaba a ver las tandas podía encontrarse con pequeñas escenas cómicas, baile, acrobacias, canto, actos de magia, y hasta campeonatos «mundiales» de esgrima japonesa y lucha libre.

Pero, sobre todo, el público porfirista pudo divertirse con un invento mucho más refinado que las sombras chinescas: el cinematógrafo, que llegó a México en 1906 de la mano de sus inventores, los hermanos Lumière. En una sala llamada «El Salón Rojo», los capitalinos se asombraron con él. También surgió la primera estrella del cine mexicano: Porfirio Díaz, quien aparecía en las imágenes paseando a caballo por Chapultepec.

Los novohispanos se bañaban poco, ya que era difícil acarrear agua para hacerlo. Cien años después, sólo las grandes mansiones porfiristas contaban con baños. El resto de la población se acercaba al agua una o dos veces al año, preferentemente en las albercas públicas

Con la modernidad llegaron cambios, y uno de ellos fue la higiene. Los novohispanos se bañaban poco, ya que era difícil acarrear agua para hacerlo. Cien años después, sólo las grandes mansiones porfiristas contaban con baños. El resto de la población se acercaba al agua una o dos veces al año, preferentemente en las albercas públicas, como la Pane, o en festejos religiosos, como el 24 de junio, día de San Juan Bautista. El porfiriato puso de moda los baños públicos para que la población se arrancara definitivamente las costras de mugre y entrara reluciente a la modernidad. Baños como El Harem, San Felipe de Jesús, Amor de Dios y La Misericordia se llenaban con aquellos que deseaban limpiar sus cuerpos, en un ambiente de fiesta que incluía música, guirnaldas, antojitos y bebidas. Con los baños públicos llegaron también los gimnasios, ya que don Porfirio estaba empecinado en que la población se dedicara a levantar pesas y correr por su salud. Sin embargo, algo radicalmente nuevo, que esa sociedad aparentemente moderna no esperaba, también surgió. Los baños públicos se convirtieron rápidamente en lugares para encuentros entre homosexuales, algo que la sociedad porfirista prefería ignorar.

En 1910 corrió el rumor sobre un encuentro en una fiesta de disfraces. En esa fiesta, Porfirio Díaz (quien, aunque iba con su esposa, tenía fama de mujeriego) se encontró a una «guapa rubia» a la que intentó seducir, y a la que, según algunos, llegó a besar. Luego se enteró de que la platinada era en realidad el agregado militar de la embajada alemana, disfrazado de mujer, quien tuvo que salir inmediatamente del país.

La madrugada del 20 de noviembre de 1901, un gendarme estaba realizando su ronda cuando, al llegar a la Calle de la Paz, llamó su atención el ruido y la música cercana. Encontró una gran fiesta clandestina, en la que convivían caballeros muy famosos en la sociedad porfirista, algunos de ellos vestidos de mujer.


Pero quizás el escándalo más grande relacionado con la homosexualidad durante el Porfiriato fue el baile de los 41.
La madrugada del 20 de noviembre de 1901, un gendarme estaba realizando su ronda cuando, al llegar a la Calle de la Paz, llamó su atención el ruido y la música cercana. Encontró una gran fiesta clandestina, en la que convivían caballeros muy famosos en la sociedad porfirista, algunos de ellos vestidos de mujer. El gendarme pidió refuerzos para arrestar a los fiesteros, quienes tuvieron que barrer las calles de la ciudad vestidos de mujer antes de que enviaran a 40 de ellos a una prisión en Yucatán: en esos tiempos, ser homosexual era un delito. ¿Y por qué 41, si sólo 40 terminaron en la cárcel? Según los rumores, el último de ellos, un tal Ignacio de la Torre y Mier, salvó la prisión y el escándalo por ser un importante hacendado de Morelos, yerno de Porfirio Díaz.