Cada viernes, llueva, truene o haya contingencia ambiental, Don Max sale de su casa para dirigir el tráfico. Justo a la altura de la calle General Felipe Ángeles (ahí donde empieza la ciclovía por la zona Poniente del DF), en una intersección que suele ponerse pesada, este hombre de 86 años desempeña con ahínco su papel de policía de tránsito.

¿Cómo es que en sus 43 años de servicio jamás ha infraccionado a nadie? Porque no es un policía de tránsito “verdadero”. Viste un pantalón azul desgastado, zapatos negros y guantes blancos, emulando la indumentaria de los policías chilangos. Con unos pulmones que muchos jóvenes envidiarían, sopla su silbato y ayuda a agilizar el tránsito por unas monedas, aunque casi nadie le aporta nada. La vocación de servicio la trae en la sangre.

Cuando comenzó esta aventura tenía 43 años, justo a la mitad de su edad. Se dedicaba a pintar casas en su barrio actual, la Colonia Bella Vista así como en la Doctores, donde vivió de joven. Pero los años comenzaron a pesar y a Don Maximino Martínez Torres cada vez lo contrataban menos como pintor de brocha gorda. Fue entonces que encontró en desempeñar la labor de policía de tránsito “no oficial” su medio principal de sustento.

El delito de ser viejo (y foráneo)

Don Max nació un 29 de mayo de 1929 en Temixco, Guerrero. Se vino a la ciudad a probar suerte y además de ser pintor también fue cocinero y ayudante de seguridad. Le gustaba ir la los pulques de Milpa Alta “esos eran pulques buenos, no como los de ahora, que saben a puro alcohol de farmacia”.

En la Ciudad de México “se juntó” y tuvo cinco hijos: Alejandro, Rubén, Pedro, Esmeralda y Lupe. “Ninguno de ellos me viene a ver. Acaba de pasar mi cumpleaños y me la pasé como perrito, bien solo”. Pocas veces la gente que pasa presurosa en sus coches le da alguna remuneración por su servicio social, pero eso no le quita las ganas de ayudar. ¿Cómo vive? En la Colonia Doctores, donde vivió en su juventud, tiene algunos conocidos. Ahí, en el Mercado Hidalgo, pide de comer entre los locales y las personas que lo reconocen y lo quieren, le dan de comer.

Al preguntarle si ha considerado tramitar alguna tarjeta de ayuda alimentaria por parte del Gobierno de la Ciudad de México, su rostro se vuelve taciturno: “no he podido. Me piden mi acta de nacimiento y no tengo. Fui ahí por Salto del Agua, ya ve que yo viví en la Doctores, pero no me la quisieron dar. Dicen que tengo que ir a mi pueblo, allá en Guerrero, pero si no tengo ni a veces ni para comer, ¿usted cree que voy a tener para tomar un camión e ir para allá?”.

Ayudando a Don Max

Llevamos Don Maximino al Hospital General, donde le hicieron un chequeo de pe a pa y lo encontraron en buena forma para su edad. Si acaso le encontraron una gastritis. Ya tiene sus medicinas y él hizo la promesa solemne de tomárselas todas hasta completar el tratamiento.

Si ustedes pasan por el peri y ven a este “poli” que no está adscrito a ninguna corporación, cooperen con él. Si saben de alguna manera que pueda tramitar su acta de nacimiento sin tener que ir a Guerrero, no duden en ponerse en contacto con nosotros y decirnos.

Él, Don Max, todos los viernes desempeña con amor un trabajo por el que no recibe casi nada a cambio. Que no se diga que los chilangos somos ingratos. ¿Quién de nuestros lectores dice “yo”?

También checa:

¡Capitán ya es libre! Conoce la historia del perro que se amparó contra la pena de muerte
Se escuchan historias de amor, gratis
El legendario Hotel Mazatlán