No debo hacer la pregunta. Pero ya que estoy, la hago. Él contesta feliz con cara de “si tu lo pides…” pero finge cierta timidez. Ahora el interlocutor es el doctor José Luis Romero, presidente de la Asociación Mexicana de Cirugía Plástica. Lo aliento.

—Dígame, dígame, es para el articulo: usted, ¿qué me cambiaria? Imagínese que debo salir de aquí y convertirme en Miss Universo. ¿Qué me operaría?

No demora en responder. Imagino que hablará de lo obvio: dos tallas más de pecho. Lo hace. Pero también dispara:

—Bueno…, tú tienes característica en tu mandíbula… que es ligeramente prominente. Necesitas un análisis radiográfico, una medición, valorar tu dentadura y ver si está dentro de los rasgos que se consideran normales. Y lo puedes modificar con implantes que se colocan debajo de la piel y le dan a tu cara otra armonía diferente. Los párpados… La gente joven acostumbra desvelarse en una dinámica de vida que se conoce como “reventón” [¿perdón?], entonces la piel de los párpados sufre con este tipo de situaciones y eso se puede corregir… La nariz la puedes modificar, afinarla más… La proyección de la punta a simple vista se ve bastante bien, por lo tanto lo único que habría que hacer es moldearla para que fuera más delgada pero bien definida. Posiblemente se podrían aumentarse algunos milímetros de tu labio superior con colágeno… Habría que revisar implantes mamarios… Algo que también se te podría hacer es el mentón hundido…

—¿Cómo Salma Hayek?

—Exacto… Y habría que revisar implantes de glúteos…

Es implacable. En un rapto de galantería dice que lipo no necesito. Pero lo contradigo, le digo que sí, que debería limarme tres centímetros de cada lado de las caderas. Acepta.

Entonces pasamos a los asuntos prácticos. Romero dice que preciso dos sesiones; todo lo de la cara en una, todo lo del tronco en otra. La del rostro demoraría seis horas, los pechos y la lipo, tres. Lo de la mandíbula me obligaría a sólo alimentarme de licuados durante cuatro a seis semanas.

Costo total aproximado. 120 mil pesos all inclusive. Y si bien hay muchas que lo pagan —los números son elocuentes— y pasan por experiencias similares a la de Angélica, pocas quieren hablar y es difícil recoger testimonios.