A mí la muerte me duele y nunca me celebra. A mis muertos los extraño y los pienso, todos los días.

Nunca he entendido el folclor mexicano por la muerte. A ratos se antoja más, casi, como un fetiche, como una afición engañosa, diseñada para evitar nuestros choques con el otro mundo, como una suerte de catalizador de las tragedias.

No pasa nada, recordaremos a nuestros muertos en unos meses, cuando inicie noviembre, rodeados de naranja y morado. Con algún detallito que en realidad no nos recuerda a nada.

Habrá quienes sí disfruten esta fecha y se llenen de incienso, cempasúchil, calabazas y veladoras. Y entonces ellos sí recordarán.