Angustia Criminal. Nervioso tras matar a dos personas, responde con un disparo.

«De haber llovido quizá se me ocurrieran otras cosas»
—Juan Rulfo, “Nos han dado la tierra"


Por Marco Payán.
Fotos: Cortesía Notimex /MondaPhoto / Marco Payán y Cortesía PGJ


La vida de Luis Felipe Hernández, el asesino del Metro Balderas: 38 años en la miseria, el hambre y la sequía.

En su rondín por la colonia Doctores, el comandante Juan Manuel Velázquez recibe un 26, la clave radial que significa “rapidez”, y que esta vez le exige acudir al interior de Metro Balderas. A las 5:16 pm llega con su patrulla blanca a la estación. En la entrada ve a gente corriendo, escucha gritos, observa caras de pavor. «Va en serio», le dice a su compañero Salvador Espinoza antes de abandonar el vehículo.

Juan Manuel, agente de la Procuraduría General de Justicia del DF (PGJ), cuela entre la multitud su cuerpo bajito y abultado en dirección contraria a la gente que huye. Desciende y escucha disparos, sin identificar su origen. Toma su radio para obtener datos de algún colega que le aclare a dónde moverse, pero no hay forma de hacer contacto: en el subsuelo la señal se esfuma. Nota sobre las escalinatas gotas de sangre. Ahí, en el andén, ve a un hombre robusto de pelo negro, armado y en cuclillas: Luis Felipe Hernández, de 38 años, que lo mira con rabia.

En ese punto del subsuelo, Juan Manuel descubre que un joven agente de la Policía Bancaria e Industrial (PBI), Víctor Miranda, yace en un charco de sangre con un tiro en la espalda. A unos cinco metros hay otro hombre con un tiro en la frente: Esteban Cervantes, de 58 años.

Luis Felipe apunta al judicial que se protege tras un muro y le dispara. No da en el blanco. El comandante observa que Luis Felipe abastece su revólver. «Policía Judicial, suelta tu arma», le grita. No hay respuesta. Entonces Velázquez camina con la Pietro Beretta .9 mm dirigida a la cabeza de Luis Felipe. El judicial ve cómo detrás del agresor se abre una imagen que lo frena: decenas de pasajeros agachados que abarrotan el vagón y que involuntariamente sirven al criminal como escudo. Luis Felipe levanta la pistola y jala el gatillo tres veces. En la centésima de segundo que podría una vida tornarse muerte, todo se reduce a tres clics, inútiles, quedevuelven a Juan Manuel el alma.

El judicial se lanza sobre el hombre que lo supera por 20 cm y 30 kilos, le arrebata la pistola y lo embiste para hacerlo caer. En segundos, unos 15 policías surgen de pasillos y convoyes para terminar la tarea de inmovilizar a Luis Felipe.

Los rasgos biográficos del asesino no parecen dibujar a un criminal: era un campesino de Jalisco que debió emigrar a Estados Unidos para ser albañil.