Si lo tuyo son los brindis de banqueta, la hora feliz, el precopeo o las guarapetas memorables, seguramente eres famoso por tu nivel guerrero a la hora de empinar el codo, y has de saber que, luego del exceso pachanguero, espera siempre la cruda realidad.

Existen muchos tipos de resaca: la que sale con un par de caguamas bien elodias y unos chilaquiles; la que te revienta la cabeza y te provoca una buena guacareada; la que te genera culpa y arrepentimiento; o bien, aquella que por su intensidad marca un parteaguas en tu vida (nunca vuelves a ser el mismo de antes).

También hay sucesos en la vida que hacen de una pequeña resacauna verdadera cruda panteonera y, de plano, te hacen reclamar al cielo: “Dios mío, si en la borrachera te ofendí, en la cruda me sales debiendo”. A continuación, te ofrecemos una breve lista de esos hechos que estropean tu despertar un día después de la fiesta.

1. Despiertas con muchísima sed en plena madrugada; nomás no te hallas y necesitas, a como dé lugar, un trago de algo. Entonces recuerdas que sobró una chela; sin embargo, abres el refri con manos temblorosas y descubres que la última cerveza explotó en el congelador.

2. Revisas tus bolsillos en busca de alguna moneda suelta, o una sor Juana hecha bolita, para comprar algo que te cure ese dolor de cabeza (o que te haga olvidar que tienes cabeza), pero nada: sólo encuentras servilletas con números de teléfono escritos con lápiz labial.

3. Te levantas con el antojo bárbaro de consomé, chela y barbacha, pero la dueña de tus quincenas (o tu suegra o tu mamá) te ofrece un desayuno que parece un insulto a los sentidos: huevos con ejote, bolillo duro, chayotes al vapor y una refrescante agua de pepino.

4. Una fetidez hiere tu sentido del olfato (un olor a requesón podrido, mezclado con ostiones y basura); consecuencia lógica: sientes un impulso canijo de cantar Oaxaca. Lo peor: te das cuenta de que ya cantaste (ese hedor proviene de tu ropa); entonces ves tus pantalones y zapatos hechos una pizza.

5. Abres los ojos y te encuentras en un lugar que no conoces, con náuseas, sin ropa, junto a alguien: un ser horrendo y desconocido que dice amarte, que eres lo mejor de su vida. Lo más gacho: esa persona es un ser tan amorfo y asqueroso, que maldices tu existencia.

6. Lógico: te desayunas una copita de tequila, dos cervezas bien frías, un menudo, dos tostadas, unas migas y los obligados chilaquiles. Parece que todo te entra sin dificultad alguna. De pronto, pasa el camión de la basura con su ruido infernal y pestilencia incomparable, suficiente para revolverte las tripas y… ¡chin! A empezar de nuevo.

7. El domingo a eso de las siete y media, los santísimos vecinos llevan a cabo su venganza celestial: amenizan tu jaqueca y náuseas con su música religiosa a todo lo que da su chafaestéreo, cuyo sonido agudo te hace pedirle a Dios que te recoja en el acto.

8. Te da la voladora: mareo, asco, temblorina, sed… ¡la montaña rusa se queda chiquita! Las manos se te engarrotan, las piernas se te acalambran, te cruje la choya; con todo y eso, te haces el fuerte y vas a comprar cualquier chínguere para curarte. Llegas a la vinatería y… “Hay ley seca, joven”.

9. No puede faltar que te acabas de acostar, luego de una maratónica parranda, y tu tierno retoño te pellizca los párpados, te aprieta la nariz o te brinca en la cama para despertarte y que le des su desayuno, o peor aun, para que veas con él Chabelo.

Como podrás ver, todo infierno puede ser peor y siempre se puede caer más bajo, según las circunstancias o la mala suerte.

De tal modo, si has vivido una experiencia de éstas en la cruda, agarra confianza y desahógate, que aquí te la curamos.

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