Por fin se cumple la profecía: tú y Raulito (o Pau) deciden mudarse juntos. Les piden a sus papás permiso para llevarse algunas chivas de sus cuartos, y además, se lanzan al mercado de muebles de Tlalpan para comprarse una cama king, porque está bien dormir juntos, pero no revueltos.

Una vez instalados con dos que tres cosas en su nuevo departamento, brindan por los tiempos venideros. Por la abundancia, la felicidad y la nueva intimidad que compartirán. Ah, la intimidad, sagrado cáliz que podrías nunca más volver a beber. Muajaja.

Durante las primeras semanas, haces todo por guardar las apariencias. Te metes al baño por las noches para que tu amorcito corazón no quede ahumado, por si se le ocurre entrar después de ti. Sabes que la comida corrida de doña Florinda, que te empacaste por la tarde, te deja un poco indispuestito y no quieres que tu pareja se dé un quemón (textual) de esto. No vaya a ser que se rompa la magia y el encanto y salga huyendo de patitas hacia casa de sus papás de nuevo.

Todo bien. Quizá dures unas semanas así, pero ¿por cuánto tiempo más? En toda relación de pareja llega el momento en el que se pierden el asco y deciden ser tal cual son, sin barreras, sin asco, sin pudor…

Aquí les van algunos de esos límites que, aunque tratemos de evitarlos a toda costa, los rebasamos y terminamos sacando el cobre:

Son tus perjúmenes, mujer (u hombre)

Pues sí, efectivamente, hay cosas que uno no puede controlar. Un sabio dicho reza así: “tú qué sabes del amor si nunca has sabaneado un gas”. Y es totalmente cierto. Podrás aguantarte los primeros días, semanas incluso, pero después de un mes seguramente no podrás contenerte más y se te escapará un preso sin tener la posibilidad de recapturarlo (o fingir demencia).

Una solución (que quizá no sea del agrado de muchos) es armar un concurso. Pues sí, una vez encarrerado el ratón, que se vaya chiflar el gato. Así probarán sus dotes artísticas y dejarán de avergonzarse si en algún otro momento tienen un episodio musicalizado con instrumentos de viento.

Oh… ¡granitos a mí!

Pau siempre luce un cutis impecable. Su maquillaje parece hecho con aerógrafo por algún experto, incluso en esos días en los que tiene que andar vuelta loca con su trabajo. Por la noche, al quitárselo, descubres que tiene dos que tres granitos. Pero aquí no termina la cosa: ¡se los exprime de forma indiscriminada ante cualquier espejo! A ti te produce un no sé qué, que qué se yo que hace que se pierda un poco el encanto.

Bah, quizás no es lo ideal que tanto tú (o Raulito) se expriman los granitos frente al otro, pero no podrás negar esa satisfacción de eliminar esa protuberancia de tu rostro. Así que déjala (o déjalo) en paz, y tú, experto exprimidor de granitos, trata de hacerlo a puerta cerrada.

Ropa con ventilación integrada

No hay poder humano que evite que tus prendas tengan un huequito furtivo. Y por algún extraño motivo, la ropa interior siempre termina balaceada en lugares estratégicos. Claro, no tienes tiempo para sentarte a coser por las noches y dejarla como nueva, pero por piedad: no la uses cuando intentes seducir a tu pareja para echarse un brinco. Eventualmente se dará cuenta de esos agujeros, quizá no sean de su agrado o probablemente le importen sorbete, pero si deciden que esta noche cene Pancho, opta por usar los menos traqueteados.

¡Papeeeeel!

Por piedad, ir al baño es una cuestión meramente íntima. Nada de: es que ya no me dio tiempo de cerrar la puerta; es que debe conocerme en todas mis facetas o ¿qué tanto es tantito? Nada. Ni un poquito. No se atrevan.

¿Alguna vez les dijeron que la mejor técnica para olvidarse de alguien es imaginarlo sentado en el Oráculo de Delfos? Bueno, pues es cierto. Puede llegar a ser tan desagradable la experiencia, que lo uno quisiera restregarse los ojos con jabón Zote y la nariz con ácido muriático.

Rompe, rompe, rompe

Llegó el sábado, día de limpieza del hogar. Necesitas algo de inspiración musical para refregar los pisos y el baño. No puedes hacerlo sin tener de fondo musical a Daddy Yankee, Don Omar y Pitbull. Los pones a todo volumen… y a darle que es mole de olla.

Tu chica salió un momento del departamento. Al regresar, te encuentra concentrado en esta ardua labor… y bailando con la música a todo volumen. Tu secreto ha sido develado. La conquistaste con tus exquisitos gustos musicales; le presentaste la música de Apparat, comparten la afición por Blonde Redhead y antes de ir al cine, siempre ponían ese disco de Pearl Jam que tanto les gusta a los dos.

Pero jamás le mostraste tu playlist titulado: “Gustos culposos”. Lo mantenías en secreto y ahora no lo puedes ocultar. Y sí, una cosa más revelada ante ella.

Chewbacca hogareño

Mantenerse sin algún tipo de vellosidad en el cuerpo es bastante difícil. Bueno, a menos que hayas pagado por un paquete de depilación láser y que no hayas sido presa (o preso) del fraude de Neoskin. Sin embargo, aquí también cabe la cuestión de gustos. Hay quienes son afectos a una piel lisa sin nada de vellitos y quienes consideran que eso no les afecta la percepción de su pareja. O sea, que en pocas palabras, les importa una pura y dos con sal.

Cuando uno se topa con ellos, se deschonga (en el más amplio sentido) y deja de depilarse al menos durante la semana. Posoye, eso de estar pendiente del rastrillo o de la cita para depilarse con cera es una tarea que sólo Chuck Norris podría hacer.

¿Qué otras cosas han hecho frente a sus parejas y que juraron jamás hacerlo?

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