Esa mañana de marzo de 2009, el artista plástico Conrado Domínguez recibió en su casa-estudio de Cuernavaca una llamada que hoy preferiría no haber contestado.

—Hola, soy Dan Ismaj, ¿te acuerdas de mí?
—Ismaj… ¡cómo no! Si eras un chamaco cuando trabajaba yo con tu mamá…
—Pues ahora me dedico a mover arte.
—¿Como tu mamá y tu hermana?
—Más o menos… soy chef en La Hacienda de los Morales… bueno, ya no estoy en la cocina, y como me gusta mucho esto del arte y en el restaurante conocí a mucha gente…
—¿Como a quién o qué?
—A muchos galeristas, a los Misrachi, por ejemplo. Y me llevo con los Slim…
—Órale, pues date una vuelta por mi estudio para platicar.

La llamada sorprendió a Conrado, pero no le pareció mala idea el reencuentro, aunque no necesitaba un corredor de arte: tenía su trayectoria, incluso Carlos Fuentes lo había llamado «hijo del sol». Pero no sobraba encontrar un corredor de arte entre sus conocidos. Dan Ismaj tenía, además, varias ventajas: creció entre esculturas de Zúñiga y cuadros de Francisco Toledo, y su madre y su hermana fueron marchantes de Conrado entre 1979 y 1981. Cuando Dan llegó a Cuernavaca el 31 de marzo de 2009, lo acompañaba un señor barrigón, a quien presentó como «un cuate que me hizo el favor de traerme porque mi coche está descompuesto».

El pintor y su esposa los invitaron a comer. Brindaron por los viejos tiempos, criticaron galeristas «que explotan a artistas» y cerraron el trato: Dan intentaría vender la obra. Conrado solía tener pocas piezas en su estudio, pero ese día Ismaj tuvo suerte: había de dónde escoger. Apartó siete lienzos recién enmarcados, y dos huevos en bronce por un valor total de 117,200 pesos.

Sólo una cosa: para el 28 de abril necesito que me des 40 mil pesos de lo que vendas, para un pago –solicitó Conrado.
—No te apures, esto se va rápido. Eres el más chingón.

Mientras colocaban todo en la cajuela del auto en que venía Dan, la esposa de Conrado lo apartó:
—Mi amor, ¿confías en él? Son muchas piezas. La gente que critica a todo el mundo no me cae muy bien, y él habló mal de todos.
—No te preocupes, lo conozco de siempre.

Llegó el día 28 y el artista aún no sabía nada del pago. Comenzó a preocuparse.
—Oye Dan, no seas cabrón, deposítame la lana por favor. Me urge —le dijo por teléfono.
—Es que no estoy en México. Dame unos días más —se excusó Dan.

Una semana pasó y parecía imposible hablar con él. El 6 de mayo Dan escribió para disculparse y decirle que más tarde llamaría para «contarle lo que pasó». Fue el último correo recibido y no hubo ninguna llamada. Entonces el pintor llamó a la madre de Dan. Quien levantó el teléfono fue el esposo. El señor Ismaj no tomó bien la llamada: le dejó claro que no quieren hablar de su hijo, «un delincuente con quien no tenemos nada que ver desde hace años».

Fue una noticia completamente inesperada para Conrado. Tras 44 años de tratar con decenas de galerías, museos y promotores de arte en varios países, nunca nadie había traicionado así su confianza. Le escribió a Dan el 18 de mayo pidiendo la mitad del dinero acordado con tal de dejar el asunto en paz. No hubo respuesta. El 21 de diciembre
de 2009 Conrado pasó toda la mañana en la Procuraduría General de Justicia del Estado de Morelos, levantando un acta ante el Ministerio Público por daños patrimoniales.