Es real, por más que suene a cliché: tener un hijo te cambia la vida. El pecho se nos infla de orgullo cada vez que vemos a ese pequeño Mini Me correr con su pañal en la mano por toda la casa.

Nos esmeramos por que el mundo entero sienta lo mismo que nosotros y reconozca que ese pequeño ser es en-can-ta-dor. Sin embargo, a veces sacamos el cobre y atascamos a los demás de detallitos que resultan bastante irritantes:

– Que le pidan a sus chiquitines que nos den un besito cuando tienen la boca llena de chocolate. Y la cosa se agrava cuando el peque dirige su boquita hacia nosotros con una combinación de mocos, chocolate y babas. ¡Mmmmm!

– Ver 700 millones de foto (al día) en Facebook de los disfraces, facciones o proezas de sus querubines. Chicos, con una basta. Neta.

– Escuchar en medio de una conversación convencional cómo sus pequeños hicieron del dos. ¡Gracias! Justo ahora que estoy a punto de comer mi fetuccini Alfredo quería enterarme de ese dato crucial.

– Si nos vomitan encima, que digan: “ay, sólo es su reflujo, no pasa nada”. Ok, quizá para ti es lo más común en el mundo. Para el resto de los mortales: NO. Regálame una de tus toallitas húmedas, por favor.

– Estar en un restaurante y escuchar a sus críos gritar, llorar, patalear, tirarse al suelo (en pocas palabras, convertirse en Chucky) y verlos a ustedes en actitud zen. Entendemos que convivir con una diminuta persona 24/7 debe ser agotador, pero no nos hagan el favor de compartir su agonía con los demás.

– Siempre andan rotos 🙁 Bueno, esta vez pichamos nosotros.

– Pedir que les digamos que sus pequeñines son hermosos (cuando en realidad no lo son… y lo saben). Probablemente a ustedes les parezcan las cositas más lindas del mundo, pero seamos realistas… algunos están un poco gachitos.

– Que nos digan: ¿y tú? ¿para cuándo? Te estás tardando. Eso te debería importar 70 litros de sorbete.

– Tener hijos no les da autoridad para dar indicaciones o regañar a la gente por todo. Que si nos vestimos bien, que si nos vestimos mal, que si hablamos a punta de majaderías, que si comemos con la boca abierta. ¡AGH!

– (De nuevo tocaremos el punto de los besitos…) Por favor, no lo obliguen a dar un beso si el chamaco no quiere. Qué manía de pedirle al pobre niño que reparta besos a todos. A ver, ¿qué les parecería si su vecino poco agraciado llegara y les dijera: deme un besito, deme un besito, deme un besito? ¿A poco no les darían ganas de abofetearlo?

– Llegan tarde a todo y se van temprano siempre. Oh, pues. Lo sentimos, pero nos agradaría disfrutar más de su compañía.

– Demandar que el mundo se adapte a ustedes (y no viceversa). Si sólo surten de alimentos orgánicos y preparados en casa a sus chamacos, está perfecto. Pero no nos hagan tener que huir de un restaurante porque no quieren darle un Gerber o cualquier otro tipo de comida que no sea la de ustedes.

– Subir a sus chamacos a un coche ajeno y que lo dejen peor que Chernobyl. Oigan, ¿pues qué creen? ¿que uno ama subirse a su coche y ver que quedó como si hubiera habido ahí un accidente nuclear? No hay que ser…

– Aplaudirles sus majaderías. No, no es “lindo” que sus niños nos escupan en la cara, que nos digan que tenemos cuerpo de Olaf (el muñeco de nieve de Frozen) o que nos digan que nuestra comida está asquerosa.

– Creer que todo el mundo se convierte en guardería cuando ustedes quieren salir. No es que no comprendamos que quieren despejarse un ratito, pero tampoco nos agarren de nanas todo el tiempo sin consideración alguna.

– Saldar sus frustraciones con ellos. ¿Querías ser bailarina, pianista o karateca profesional? Genial, estás vivo y aún puedes hacerlo. Pero por favor, si vemos que torturas a tus pequeñines con cosas que a ellos no les gusta, nos partes la mandarina en gajos.

No nos malinterpreten, los niños son a todo dar, pero en lo que se convierten tras ser papás no está tan padre…

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