Victoria me dejó plantado en la primera cita porque tenía que comprarle útiles a su hijo de 14 años, y me reprogramó otro encuentro. Llego al Vips y espero media hora. Nada. Voy perdiendo la esperanza.

Pero una vez frente a mí, me calma con su preciosa sonrisa blanca número 18. Victoria entra al Vips como quien sube a un escenario. Su llegada es tan espectacular que por un momento pienso que los comensales aplaudirán. La luz amarilla del restaurante ilumina su microscópica minifalda rosa y el insondable abismo entre sus pechos.

Antes que cualquier otra cosa, quiere que lo sepa bien: ella es artista, no teibolera, y si el table ocupa su vida es porque nadie le pagará 40,000 pesos al mes.

—Si es alto y guapo, adelante… me encanta. Les digo a las demás que ni me lo toquen. Pero claro, me paga. Vienen empresarios, futbolistas y artistas. Hace unos años, un cantante famoso vino y eligió a cinco. Podemos ser 20 niñas, pero nos atiende como reinas. De chavita hice el amor con él y era una rompedera de botellas… Nos llevó a una casa bonita y nos preguntó qué queríamos tomar. Cognac, le dije. «Con cognac me lavo los dientes», me contestó. Abrió una Dom Pérignon, que en mi vida había tomado.

—¿Cómo haces para manejar la presión de los poderosos?

—No obligo a ninguna de mis niñas a hacer lo que no quiere. A veces llega un político gordo, feo y pelón que ofrece: «5,000 pesos ahorita» y ellas dicen: naranjas, con ese güey no. Algo habrá hecho: las incomodó, es desagradable su presencia, no les gusta su olor. El viejito huele a viejito, aunque haya niñas que brincan con un ruquito. Para ser un prostíbulo, Chicas es muy decente. Eso sí, si aceptan es importante que simulen placer, es su trabajo. Los hombres preguntan mucho: ¿te viniste? «Sí, mi amor, tres veces.» Es parte del show. Y la ganancia lo justifica.

LA OTRA CARA

En los años 60, el viejo concepto de centro nocturno con música en vivo desaparecía. A pedido del empresario Armando Sotres, el arquitecto Aurelio Muñoz construyó un espacio de diversión nocturna sin antecedente en el mundo, con una pista central a la que todos podían observar, en desniveles y completamente cerrado. Así, “Armando’s Le Club” generalizó en México y exportó al mundo el concepto de “disco”, vivo hasta el día de hoy: por su arquitectura en desniveles exaltaba el cruce de miradas entre hombres y mujeres. Pero eso no bastaba, había que festejar al paladar. Manuel Gómez, empresario español, llevó a Acapulco las bebidas que demandaba esa gente que no medía los pesos: Rafael, Manuel Benítez “El Cordobés”, Liza Minelli, Elizabeth Taylor.

Covadonga, hija de Manuel, es hoy la directora general de la Asociacion de Hoteles y Empresas Turísticas de Acapulco (AHETA) y un personaje de excelentes relaciones con el gobierno y la alta sociedad. Su función, desde hace algunos meses, es defender, mediante una campaña intensiva, la hoy malherida imagen de Acapulco. Y le sobran razones: el organismo que dirige es también una víctima. Alexis Iglesias, uno de los miembros más distinguidos de AHETA —propietario del Alebrije y el Salón Q, y presidente de la Oficina de Convenciones y Visitantes de Acapulco (OCVA)— fue acribillado en enero del 2005 por dos hombres con fusiles de asalto AR-15 en plena zona turística, atrás del Club de Golf Acapulco.

—El otro día que aparecieron las cabecitas enviamos muchísima información sobre un concierto de Andrea Bocelli en Cacahuamilpa —explica—. Ante la preocupación, promovemos conciertos, espectáculos, torneos deportivos. Hay que mostrar la otra cara de Acapulco, porque la violencia es aislada.

Acapulco ha sido robado a los acapulqueños que, con sus excepciones, son la carne de cañón de una ciudad que vive para y por los turistas, mientras las fortunas son para los de afuera. El despojo no es un asunto de estos días. A fines de los años 40, el presidente Miguel Alemán abanderó una política de expropiación sistemática de los ejidos de Acapulco, para entregar las tierras, por cifras irrisorias, a sus hombres más cercanos. Por unos cuantos pesos, las familias Azcárraga, Suárez, Perrusquía, Ampudia, Almazán y otras se hicieron de casi todo lo que hoy conocemos como Acapulco. Los empresarios lotificaron y vendieron la tierra, a los propios acapulqueños, para que éstos construyeran sus casas, en lo que hoy son algunas de las colonias populares, como Progreso u Hornos.

En los años 70, Luis Echeverría abrió las autorizaciones para que algunos de esos magnates o sus herederos construyeran todos y cada uno de los hoteles que hoy conforman la costera. «Hasta 1970 andabas libre, te metías en callejones y te saludaban de “buenos días” —cuenta el cronista de la ciudad, Alejandro Martínez Carvajal—. La inseguridad llegó cuando la ciudad creció y nos llenamos de fuereños con malas costumbres («y no te ofendas»): dinero falso, robos a bancos, carteristas. También teníamos maleantes de Tierra Caliente, sobre todo de Teloloapan, Parcelia y Tungabato, pero, sin ofender, a esos ladrones los educabas; a los fuereños no». Por lo pronto, en corrupción, la delincuencia gubernamental, Guerrero ocupa el quinto lugar nacional según Transparencia Mexicana.

Sobre la Costera Miguel Alemán, la gran vía primaria atestada de hoteles, ya se construyen Nautilus y Portomare, dos torres colosales, de más de 20 pisos, con departamentos y penthouses. Se elevan al oriente los flamantes Laguna Condos & Golf, Mayan Resorts, los residenciales Costa Ventura y las dos torres del Residencial Palmeiras, además de Plaza Velero. El centro comercial y de entretenimiento La Isla y el desarrollo turístico e inmobiliario Foro Imperial pronto quedarán listos. El metro cuadrado en Zona Diamante cuesta 2,000 dólares, quizá la cifra más alta del país. Sólo de diciembre a abril pasados, Acapulco absorbió 425 millones de dólares en inversiones. En 2005, el puerto recibió a 5 millones de turistas, y para este año se esperan 500,000 más, con lo que se romperían los records de la ciudad.

Pero todos esos inversionistas, nacionales y extranjeros, no pueden caminar tranquilos en el lugar al que le han apostado fortunas. Los cuerpos de seguridad privada se multiplican. Empresas como Acuario y Tafoya ofrecen sus servicios de guardias para que los empresarios se protejan a sí mismos y a su clientela. Abelardo Luna, líder de la Cámara Nacional de Comercio en Acapulco, que agrupa a 10,000 socios, se ha tornado ante la opinión pública un pertinaz crítico de los gobierno municipal, estatal y local: «Jamás habíamos vivido balaceras, decapitaciones; miles de millones de dólares están invertidos en Acapulco Diamante y a la par sufrimos la peor ola de violencia en la historia del puerto, ligada a una actividad de todos conocida. Los empresarios me piden asesoría sobre escoltas o uso de armas, pero les digo que la seguridad pública corresponde a la autoridad; los tres niveles de gobierno no han sabido coordinarse en inteligencia, prevención del delito y procuración de justicia».