Un rostro desfigurado
14 de febrero

Hace siete años, cuando cumplió los 30, Óscar Portocarrero Martínez comunicó a su familia que era homosexual. Pese al impacto de la noticia, su padre, Jorge, accionista de Reaseguradora Patria, respondió con un gesto de cariño al último de sus cuatro hijos: le cedió el departamento 202 de Filadelfia 124, en la Nápoles, que había sido su oficina.
Óscar, un muy delgado artista gráfico de 36 años, vivía solo en esa vivienda que convirtió en un loft con delicados toques a go-gó: en el espacio luminoso de cerca de 80m2 cuadrados lo mismo dedicaba horas a diseñar en su MacBook, que organizaba fiestas de antología. Varios vecinos lo rechazaban: el joven era el único habitante de un inmueble que, en los 19 departamentos distribuidos en sus siete pisos, estaba destinado básicamente a despachos de arquitectos y abogados.
Talentoso para pintar y esculpir, Óscar se abría paso en el cine y la publicidad. Coca-Cola lo había contratado a él y su socia, Gabriela Peña, para producir un anuncio. Y en 2007 el director de cine Juan Patricio Riveroll le confió el diseño de arte de la película Panorama, en la que actuó Ofelia Medina.
El sábado 14 de febrero, Gabriela lo llamó por teléfono. Óscar no contestó en casa ni en su celular. Al día siguiente hizo lo mismo. Sin respuesta. Preocupada, fue con su amiga Patricia de Burgos al edificio y tocó el timbre. En vano. Optó por retirarse. El lunes 16 esperó la llegada de su amigo en la oficina donde trabajaban. Otra vez, no hubo señales.
La mañana del martes Óscar tampoco se presentó al trabajo: entonces Gabriela intuyó algo malo. Fue al edificio, subió al segundo piso y entró al departamento. Había objetos y papeles dispersos, botellas de alcohol y sangre que corría del pie de la cama a la entrada. La chapa del departamento no había sido forzada.
Óscar, sin embargo, no estaba ahí.
Bajó las escaleras hasta el estacionamiento, donde él guardaba su camioneta Pontiac Aztek verde placas 524MLN. El vehículo estaba sin los seguros puestos. En la parte de atrás estaba un cuerpo envuelto entre cobijas. y, según el diario La Prensa, «maniatado de manos y pies con alambre de energía eléctrica negro.»
Alarmada, llamó al abogado Fernando Peña, su hermano, quien le pidió acudir al MP en Benito Juárez.
Desde ese momento una cadena de llamadas de amigos empezó a regar la noticia más probable: Óscar había sido asesinado.
Peritos y agentes judiciales de la Coordinación Territorial BJU-1 cercaron el edificio. Al remover las cobijas, el cuerpo estaba hinchado y despedía el olor de un cadáver de varios días. En el coche estaban la MacBook de Óscar, una pantalla plana y un reproductor de DVD. Probablemente los abandonaron ahí al no encontrar la llave que abría el portón del garage.
La necropsia indica que el o los homicidas infringieron a la cabeza de Óscar dos golpes severos con un «objeto romo» (sin punta) y, a la parte derecha de su cara, 10 heridas por instrumento punzo-cortante.
«Las 10 lesiones tienen un patrón: todas hirieron tejidos blandos pero ninguna le causó la muerte», dice el director del SEMEFO. Es decir, los agresores habrían querido hacer sufrir a Óscar antes de fracturar su hueso temporal —lo que lo dejó sin vida— con lo que pudo ser un golpe de la cabeza contra el piso. Murió de «traumatismo craneoencefálico».
«Por cómo quedó su rostro, ni en el entierro ni en el funeral los amigos y familiares pudimos verlo por última vez», dijo un amigo del diseñador que pidió el anonimato. Varios patrones se repetían respecto al homicidio anterior: Óscar consintió que entrara a su casa quien luego lo asesinó tras ejercer crueldad. Era un gay maduro y vivía solo.