Ochoa llegaba a la prepa del colegio Montaignac, en Coyacán, en un Corsa azul regalo de sus padres .«Aunque siempre fue muy tímido, se sentaba atento en medio del salón y cumplía con las tareas —recuerda su maestra de matemáticas, Clementina Pérez—. Pero cuando empezó a entrenar con el primer equipo faltó mucho y se sentaba hasta atrás». Reprobó matemáticas y derecho, pero la notoriedad que adquirió entre sus compañeros originó un rito

«Si no asistía, nadie se sentaba en su lugar».

«Vas viendo que te va bien, que tienes cualidades. (en el futbol) construí algo serio y muy difícil de dejar», argumenta. El Montaignac le dejó algo más: Huesca López Giaccaglia, una chica rubia, delgada y de ojos verdes, su primera relación formal. No era ajena a su mundo. La joven, testigo de su debut profesional, era sobrina del técnico Ricardo Lavolpe.

Una cirugía en la clavícula impidió a Ríos jugar ante Monterrey en el Azteca. Memo de 18 años, ocupaba un cuarto del Hotel Royal del pedregal con el actual portero de Jaguares de Chiapas, Edgar Hernández. Los nervios arruinaron su aparato digestivo.«Esa noche me la pasé muy mal. Iba y venia al baño, y no pude dormir —cuenta Ochoa—.

Pasaba por mi cabeza todo lo que viví para llegar hasta ahí. Podría jugar con Cuauhtémoc, Davino, Pardo, Villa, mis ídolos de chico».

La mañana del partido, en el desayuno, Beenhakker se sentó con Ochoa en el lobby:
— ¿Qué es lo que siempre has querido? —le preguntó al sentarse.
—Jugar con el América — contestó.
— Ahí lo tienes. Disfrútalo. No importa lo que pase. Te equivoques o no, tienes todo mi apoyo — Le prometió el holandés.

«A nadie le dije. Estaba tan nervioso que no quería ponerlos igual», me dijo el guardameta quitándose los Ray-Ban.
Al entrar por el túnel del Azteca ese 15 de febrerote 2004, su padre se quedó estupefacto: Memo calentaba deteniendo remates de Edgar y Verderi. «Me tuve que ir al baño de los nervios», recuerda su papá.

El regio Eliot Huitrón desbordó por derecha, hizo un quiebre y tras una pared con Luis Pérez anotó con un zurdazo imponente. Ochoa ni siquiera pudo lanzarse. La meta intacta le duró nueve minutos: por primera vez, Memo recibía un gol en primera división, América ganó 3-2.

Alternó con Ríos la titularidad y jugó la Copa Libertadores. Su trabajo le valió ser capitán de la sub 20. Luego, Lavolpe lo llevó a Atenas 2004 como suplente de Jesús Corona. Al final de la temporada Ríos se retiró. Poco antes fue con Ochoa a darle un consejo. «Le dije: el futbol no va de la mano con la fiesta, ni con la noche. Si sales en la noche harás pública tu vida privada. Tienes que cuidar tu imagen».

Apenas llegar a México, el técnico Oscar Ruggeri sustituyó a Ochoa por el argentino Sebastián Saja. «tengo que asimilar rápido esto para que no me afecte, sé lo que puedo hacer», declaró al no ir ni a la banca en la fecha 3 del Apertura 2004. Evitó confrontarse y guardó silencio.

La llegada del técnico Mario Carrillo le devolvió la titularidad en 2005. Ochoa descolló. Además de ágil y elástico, poseía total control de sus emociones. «En un par de años consiguió lo que algunos no conseguimos en 18», sostiene Ríos.

El peor error de su carrera lo cometió en el duelo más importante: la final con Pachuca en el Clausura 2007. Juan Carlos Cacho hizo un disparo de lejos y a Ochoa se le resbaló el balón. «Es el gol que más le ha pesado», acepta su papá. Esa noche, su amigo Mario sabía que no debía hablar una palabra de futbol: «Jugamos Xbox hasta la madrugada.» Esa sigue siendo su terapia.

Fue en 2005 cuando el padre de Memo decidió buscar un representante: “No podía encargarme de su carrera. ¿Y si me equivocaba?”. Eligió a Greg Taylor, Jorge Berlanga y Manuel Velarde, socios de Pro Manage, la empresa que concretó el pase de Pável Pardo al Stuttgart. Berlanga, con quien Ochoa ha hecho química, elogia a su futbolista: «Memo es de esos pocos tipos que te gustaría que anduvieran con tu hermana.»

—¿Quiere el Manchester United a Guillermo Ochoa? —, le pregunto a Berlanga.

—Sí, lo quiere.