En ese mismo departamento de la Unidad Tlatilco vive ahora Tony Bravo, un ex policía judicial que trabaja para una dependencia de gobierno en el DF. Las paredes están tapizadas de fotografías de su sobrino: Cuauhtémoc es la figura central en los murales. Y en cajones, en cajas en el armario, guarda recortes de periódicos, fotos, revistas, entrevistas, y videos.

—Era bueno para todo— lo domina el orgullo—. Trompo, canicas, balero. Cuando fue creciendo jugaba de todo: voleibol, básquet, fut, hasta jai alai sabe jugar. A los seis años, su sobrino pateaba balones. «Se veía chistoso porque corrían todos los niños por la pelota, en un campo grandísimo para ellos, y el Temo los burlaba a todos.»

Fumando un cigarrillo y tomando un café, sentada en una mesa del Sanborns de la calle Humbolt, en el Centro, doña Hortensia Bravo habla de su hijo de un chiquillo como al que todavía hay que proteger: «Era vago de Barrio, pero sano. Le gustaba jugar de todo, pero más fútbol. Su padrino, Ernesto Riou, era el que llevaba los balones para jugar con el Impala. Pero en la calle jugaba con pelotas de plástico que le llevaban los reyes magos.»

Riou formó y entrenó al equipo Impala: camisas a rayas blancas y azules con shorts negro en claro homenaje a al selección argentina.

Cuando doña Hortensia no iba a ver los partidos, le reclamaban sus amigas: «Ora que no fuiste hubieras visto qué partidazo dio el Temo».

—¿Usted lo veía como futuro jugador profesional?

—Sí, claro.

Fue descubierto por la gente del América en una final del torneo Inter Delegaciones: el América GAM (siglas de la delegación Gustavo A. Madero) contra el Azcapotzalco, donde jugaba Temo.

En el primer partido, el Temo metió tres goles. Uno de sus auxiliares ya había advertido al entrenador del GAM, Ángel “Coca” González, que ese chico encorvado y macizo era un jugador con habilidad fuera de lo común, con picardía, con atrevimiento, que tenía gol y que paraba la pelota «hasta con las nalgas». En el partido de vuelta, el goleador los humilló dos veces más. La delegación Azcapotzalco fue campeona. Aunque perdió su equipo, el Coca buscó afanosamente a su verdugo, el Temo de la Unidad Tlatilco. Tras varios días de búsqueda, por fin dio con la mamá de Cuauhtémoc.

—Como el entrenador y sus auxiliares llegaron de traje —relata Tony Bravo—, mi hermana salió a recibirlos y pensó : «Este cabrón de seguro ya hizo algo.» Los vio de traje y se asustó.

—No iban de traje, iban de sport —aclara ella.

Muy seria, los invitó a su casa para escuchar alguna queja sobre su hijo. En lugar de ello, le pidieron permiso para llevarlo al América.

—Yo no quería que se fuera al América. Pero el Coca me anduvo ruegue y ruegue —recuerda doña Hortensia.

Cuauhtémoc Blanco Bravo interrumpió sus estudios al terminar la segundaria, a los 17 años, porque el Instituto Politécnico Nacional lo rechazó. Entonces se olvidó del estudio y se dedicó totalmente al fútbol.

—¿Era bueno en la escuela, doña Hortensia?

—No me reprobó ningún año.

Tony Bravo agrega un dato inédito:

—Al Temo le gustaba el dibujo, tipo arquitectónico, de línea. Yo tengo algunos dibujos que hizo. Sacaba puros ochos, nueves y dieces en dibujo.

—¿Cuauhtémoc hacía dibujo de línea?

—Dibujo arquitectónico. Podía haber estudiado para diseñador, para arquitecto o para ingeniero.

Luego de ser descubierto por quien hoy es su “primo” (el Coca González está casado con su prima), Cuauhtémoc comenzó su carrera con el América, primero en los campos del Deportivo Los Galeana, donde entrenaba el América GAM, y luego en las instalaciones de Coapa. Fue debutado en primera división por el entrenador brasileño Roberto Falcao el miércoles 2 de diciembre de 1992 en el estadio Nou Camp, de León, Guanajuato.

«Con su primer cheque que ganó en el América, me regaló una lavadora, de esas panzonas, de rodillos», dice doña Hortensia. Cuauhtémoc no recuerda lo que hizo con su primer sueldo profesional: «Porque era muy poquito dinero, pero seguro que fue para mi mamá».

En aquellos años, Cuauhtémoc entrenaba junto con Germán Villa, Isaac Terrazas y Víctor Salas. Eran jóvenes y se autonombraban “Los cuatro fantásticos”.

—Iba en pesero, en metro a los entrenamientos. Teníamos la misma ruta de regreso. Aunque vivíamos en diferentes lugares, siempre nos íbamos juntos. Yo me bajaba en el metro Morelos, otros se bajaban Martín Carreras, otros en Oceanía.

La nostalgia de aquellos años ha metido en la cabeza de Cuauhtémoc la idea de volverse a subir en el transporte público: «Pero la gente no me deja.»

Su rol de figura pública le obliga a tomarse la foto, a dar autógrafos, a repartir sonrisas. No puedo ir de incógnito: «Porque me reconocen.»

—¿Hace cuanto tiempo no te subes al transporte público?

—Híjole, no sé. Tendrá unos 10 o 12 años. Ya es un buen…