Antes de que la Ciudad de México fuera una enorme plancha de concreto llena de automóviles, centros comerciales y hipsters salvando al mundo en bicicleta, contaba con miles de metros cuadrados de cultivo y grandes extensiones de ríos que ayudaban a abastecer de alimento a sus habitantes.
Aquí presentamos tres zonas de la ciudad que todavía hacen honor a esos tiempos mediante sus nombres, los cuales no les fueron otorgados por casualidad.

Chabacano

La colonia Asturias debe su nombre al club deportivo que se encontraba en ese lugar y del que prácticamente sólo se construyó un gran estadio de madera en la década de los 30, el cual fue el primero de su tipo en la Ciudad de México y que resultó destruido por el fuego provocado durante una bronca al finalizar un partido de futbol entre el Asturias y el Necaxa.
Ese inmueble se encontraba sobre lo que hoy es la Calzada Chabacano, justo donde hoy está una gran tienda de autoservicio. Muy cerca de ahí también estaba —bueno, técnicamente todavía está, pero entubado— el río de La Piedad, por lo que esas eran tierras muy fértiles, así que, a inicios del siglo 20, todavía era común ver extensas tierras de cultivo, y una de las cosas que más se daban por ahí era el chabacano.
Se dice que uno de los lugares en donde se cultivaba ese fruto era un rancho que, de acuerdo con algunos registros, llevaba precisamente el nombre de “Rancho El Chabacano”. Así que el nombre actual de la calzada se debe al nombre de ese lugar o simplemente al fruto que abundaba por ahí.
Parte del trazo de la calle ya existía desde tiempos prehispánicos, debido a que ahí estaban los límites de la ciudad; posteriormente, en la época prehispánica, era el camino hacia el barrio de la Magdalena Mixhuca y se trataba de un punto de entrada importante y hasta contaba con una garita, en donde se cobraban impuestos por mercancías y se vigilaba el acceso a la capital.

Camarones (o algo parecido)

En el Valle de México no hay ni había camarones, pero en Azcapotzalco se encuentra la Calzada Camarones que debe su nombre a algo que sabe a camarón, pero no es camarón.
El trazado de esta calle ocupa parte de lo que era un riachuelo que corría por el lugar y del que los habitantes cercanos extraían un animalito marino que no era precisamente camarón, sino acocil.
Los acociles, cuyo sabor al cocinarse sí es muy parecido al camarón, son parte importante de la comida prehispánica, especialmente para las culturas que estaban asentadas en la cuenca del lago de Texcoco. Hoy, en lugares como Xochimilco, todavía se pueden encontrar y probar.
Así que es como si a los acociles les hubieran dado un upgrade para convertirse en camarones.

Fresas, moras, tejocotes…

La Colonia del Valle, o parte de ella, se encuentra en lo que antiguamente fueron los pueblos de San Lorenzo Xochimanca y Tlacoquemécatl, en los cuales, durante la colonia, se asentaron las haciendas de San Borja, Los Amores y Santa Rita, entre otras.
También eran tierras muy fértiles, en donde se sembraba parte importante de los alimentos que se consumían en la Ciudad de México por ahí del siglo 18 y 19.
Así que, cuando se creó el trazado de la colonia Del Valle, en 1909 —y que terminó hasta la década de los 40—, se respetó el nombre de los frutos que se sembraban en los lugares donde se construyeron calles como Fresas, Tejocotes, Moras, Duraznos y Manzanas.
Así que la próxima vez que estés atorado en el tráfico de estas calles, podrás imaginar cómo se veía el paisaje antes de que fuera “intervenido” por millones de chilangos.

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