Mario falleció a los 35 años en el Hospital 220 del IMSS media hora después de ser atacado el viernes 21 de noviembre de 2003. Los testigos fueron el médico José Bernal y el gerente del Club Toluca, Cienfuegos Arochi.

En horas, el directivo preparó una misa en la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores y un velorio al que acudió Fabián Estay, jugador de Santos Laguna y amigo de Mario, que dejó su concentración en Torreón para viajar a Toluca.

A las 6 pm, el gerente llamó a Argentina. -Mario tuvo un accidente... está muerto -le dijo a Mónica. Desconsolada, la hermana se hundió en llanto y soltó la bocina. La comunicación se cortó. Media hora más tarde, el gerente llamó de nuevo.

-Mario murió en un accidente -reiteró y añadió: -le dieron un tiro-.

«Me pareció raro que dijera que fue un accidente y que (también) un tiro -recuerda Mónica, la hermana mayor-. Luego me dijo que fuera a México y le contesté que no tenía dinero. Me dijo que si yo no iba lo declararían NN (no identificado), pero nos habló Depietri y dijo que él se encargaría.»

Mónica avisó de la tragedia a sus hermanas. No sabían cómo informar a sus padres. Esa noche, les dijeron que Mario había tenido un accidente en Toluca y que esperaban más noticias. Acto seguido, Doelia fue al cuarto de su hijo a encender una vela. Se apagó al instante. Pensó que era el aire y la encendió otra vez. Cuando la llama volvió a extinguirse, supo que su hijo había muerto.

En los días en que el cuerpo de Mario volaba a Neuquén, Doelia se levantó cada madrugada a regar unas azucenas de su patio, las favoritas de Mario. «Pese al agua, la luz y el viento, no dejaban de marchitarse», dice. Seis días después del asesinato, luego de un viaje Toluca-DF-Santiago de Chile-Buenos Aires-Neuquén, la familia recibió el cadáver en el Aeropuerto Internacional Presidente Perón. «Ese día era el cumpleaños de mi papá, que estaba enfermo del corazón -cuenta Mónica-. Fue muy duro.»

El cuerpo permaneció 24 horas en una funeraria. Al día siguiente, a las 10 am, lo enterraron en el Cementerio Central de Neuquén. Ya en casa, Doelia fue a su patio y cortó las azucenas, que se habían marchitado por completo.