Es el último día de febrero. Aunque en octubre es la Fiesta Grande, el 28 de cada mes se ofrecen misas en honor de San Judas Tadeo, el patrón de las causas difíciles, en la iglesia de San Hipólito.

A las afueras del Metro Hidalgo se vive un ambiente de fiesta. No puede faltar el señor con su barrilote vendiendo tepaches, los puestos de gorditas de nata y los carritos de algodón de azúcar. Como era de esperarse, hay chakas, pero también familias enteras. Hombres, mujeres y hasta bebés vestidos de San Judas Tadeo, haciéndole los honores a aquél que los sacó de un aprieto.

Cerca del atrio se reparten dulces y rosas de manera gratuita: se trata de fieles que pagan una manda, se comprometieron a entrarle a la regaliza con tal de que les hicieran algún milagrito.

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El calor está recio y entrar a la Iglesia de San Hipólito no es tarea fácil: hay retenes hechos de mecates conteniendo a la muchedumbre. Los cuerpos se agolpan sudorosos y el olor delata que más de uno hoy no se puso desodorante, pero a la gente no parece importarle. “Compre el paraguas, lleve el paraguas para el sol”, pregona un señor que ofrece unas sombrillas caseras hechas de envolturas de Café Legal y palitos de madera. No, si para el ingenio los mexicanos nos pintamos solos.

Adentro de San Hipólito

Al fin, después de 20 minutos de esperar bajo el rayo del sol, nos dejan pasar. Detrás de nosotros, otra bola de gente se apretuja. Ya en el atrio los voluntarios van guiando a la gente. “Nada más si te molesto con tu gorra por favor”, me dice un chavo vestido de verde. Dentro de la iglesia, la gente espera para escuchar aunque sea un cachito de misa o ya de perdis que le toque una rociada de agua bendita. Los 28 se oficia una misa cada hora y hay mariachis. Se arrancan con las mañanitas. Cuando dicen “hoy por ser día de su Santo, les venimos a cantar” la gente estalla en aplausos. No hay bancas, todas están arrumbadas en una capilla lateral para que quepa más gente.

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Ésta es una misa poco usual que se siente como kermesse. Las familias ríen y las parejas se acomodan tremendos besotes, sin importarles que sea la casa de Dios. Casi nadie se queda a la misa entera, los apretujones están tan masivos que parece que seguimos en el Metro Hidalgo. Para evitar desgracias y sofocos, hay dos salidas laterales para desahogar la afluencia. Salir de nuevo por el atrio está prohibido. La gente entra, deja sus ramos o veladoras, toma fotos con su celular y abandona el recinto.

¡Lleve el bonito souvenir de San Judas!

A la salida se vende de todo. Otro grupo de voluntarios se encarga de comercializar los productos “oficiales”. Hay desde las más tradicionales como las figuritas de yeso y los rosarios, hasta la mercancía que tiene un toque surrealista: agua de manantial para beber marca San Judas Tadeo, directo del Nevado de Toluca. “¡Como caída del cielo!”, dice la etiqueta. Si en su casa espantan o quiere purificar la vibra, despreocúpese, aquí se venden garrafas llenas de agua bendita por tan solo 13 pesos. Eso sí, ésta no se toma, advierten. Una ganga.

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A las afueras la vendimia sigue, pero al no ser mercancía “oficial” (comillas otra vez) los precios se abaratan. Se venden 8 llaveros por diez pesos y escapularios a tres varos. También se venden figuras de San Judas de diferentes dimensiones. Las más chiquitas están a doce. Pregunto por la más grande, una de tamaño natural de esas que a veces vemos en el Metro o en la calle.

– ¿Ésta de a cómo?

– 2,800 pesos.

– ¡Ah, caray! ¿Por qué tan cara oiga?

– No, pues vea nada más el tamaño. Además es de fibra de vidrio, que te aguanta que la transportes cuando la traigas a la iglesia. Otros te manejan las de yeso pero se quiebran luego luego.

– ¿Entonces ésta de qué es?

– Chécala, es de fibra de vidrio. Te aguanta golpes y hasta la puedes lavar, te resiste el agua.

– No, pues con razón. ¡Gracias!

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Pepillo, el tatuador de playeras

Su puesto está rodeado de curiosos y mirones. Pocos compran, son más los que se detienen a ver cómo se hacen las playeras personalizadas que enfrente traen a San Judas y atrás el nombre o una oración. Escojo una para mí y bajita la tenaza, le pido una entrevista.

– ¡Trabajas bien chido con el aerógrafo! ¿Cómo te llamas?

– ¿Mi nombre real con apellidos? Porque toda la banda me dice Juanillo.

– Juanillo está chido. ¿Cada cuándo chambeas aquí?

– Todos los 28 de cada mes. Bueno, en octubre que cae más gente llego desde el 27 y no paro de chambear hasta casi la madrugada del 29. Los otros 28 llego a las 10 de la mañana y me voy a las 10 de la noche.

– ¿Como cuántas playeras haces al día?

– Unas 60. Tampoco te vayas con la finta, se ve que hay mucha gente pero hay un chingo que nomás viene a ver y se va.

– ¿Qué haces cuando no vienes acá a vender? Supongo que no echas la hueva.

– No, pues cómo crees. Tengo mi estudio de tatuajes allá en Neza, en Chimalhuacán, no sé si ubiques.

– Sí conozco, cómo no. Ahorita vi que estabas haciendo una playera para Eréndira y le pusiste “Eréndida”, ya después le tuviste que corregir…

– Pasa muy seguido. Cada quien escribe diferente los nombres. Por eso les pido que escriban primero el nombre en esta libreta pero ve, pinche letra fea, ni se le entiende. Por cierto, anótame el tuyo.

– ¿Cuáles son los nombres que están de moda o que más pones en las playeras?

– Ahorita el nombre de moda entre los niños es Donovan o Cristiano, por los futbolistas. Aquí muchos también se llaman Tadeo por el Santo. A las niñas últimamente les han puesto Devany, quien sabe de dónde sacaron el nombrecito. También están los que llegan en bolita y me piden que les ponga el nombre de su banda: que “Los Guapérrimos”, que los “Chiquifresas”.

– ¿Pones nombres en cosas que no sean playeras?

– A huevo, cómo no, trabajo en gorras, pantalones y hasta celulares. También firmo chichis, pero eso lo hago en mi estudio.

– No, pues sí saliste abusado. ¡Órale, quedó bien perra mi playera! ¿Cuánto va a ser?

– La playera con San Judas la tengo en 80, ya por poner el nombre cobro 20. Te dejo todo en 90 porque me caíste chingón.

Empieza a caer la tarde pero los devotos no dejan de llegar. Sabemos que las cosas se nos ponen cada vez más difíciles a los mexicanos, por eso nunca está de más contar con un santo buena onda que nos eche la mano. Podrán subirnos la renta, la canasta básica y el microbús, pero los chilangos somos expertos en encontrar salidas a los latigazos castigadores de la realidad. Fieles somos y en el camino andamos.

¿Ustedes han vivido la experiencia de ir a San Hipólito? Chequen acá abajo nuestra galería.