Tiene apenas 29 años y ya ha compartido el escenario con importantes músicos de la talla de Kurt Masur –director–, Joshua Bell –violinista–, James Galway –flautista– y el tenor Plácido Domingo. Su currículum podría estar impreso en un papiro kilométrico.

Además es guapa, carismática e inteligente: el tipo de personalidad arrolladora que abarca un sinfín de cualidades. Sentados en un sillón del estudio de foto le pido que me cuente la historia de su vida. «Pfff, pero antes necesito un tequilita», exclama. Aunque quien realmente necesita los tequilas soy yo.

Su sola presencia me hace tartamudear. Al darse cuenta de mi torpeza, ella decide llevar la batuta de nuestra pequeña conversación.

Me platica de Amparo Arcaraz, su primera maestra de piano: «era como mi abuelita, le contaba mis conflictos y mis penas, y hasta me quedaba a dormir en su casa».

Conforme fue haciéndose mayor, Alondra supo que la música era lo único que realmente la apasionaba. Aprendió a tocar el chelo y a los quince años se fue a Inglaterra a un internado que privilegiaba los estudios musicales.

De vuelta en México ingresó al CIEM para estudiar composición y más adelante audicionó como pianista en la Manhattan School of Music. Una vez aceptada, se ofreció de voluntaria para la New Amsterdam Symphony Orchestra. Aunque su trabajo era acomodar sillas, colocar atriles y fotocopiar partituras, asistía a los ensayos con la pieza aprendida de memoria.

Un día, el director Eckart Preu la invitó a dirigir durante cinco minutos: «cuando me paré en el podio dije: aquí es donde tengo que estar». Esos cinco minutos se transformaron en sesiones completas y actualmente es directora huésped de la orquesta.

Más tarde llegaría la invitación del Consulado de México en Nueva York para armar un concierto de música mexicana. De ahí nació la idea de coordinar una orquesta con músicos jóvenes que cristalizó en el proyecto de la Orquesta Filarmónica de las Américas, la cual se prepara para su tercera gira en nuestro país.

«En este proceso aprendí de todo: desde poner los foquitos de las sillas hasta recabar millones de dólares», me cuenta esta fanática de la música cubana y del grupo Bajofondo, quien además está por lanzar el disco Mi Alma Mexicana con la disquera Sony.

Antes de concluir le pregunto cuáles son las virtudes que necesita una directora. Es como si hubiera metido el freno de mano. Todas las anécdotas de la infancia, de Nueva York y de las clases de música se hunden en un silencio concentrado. Me entrega, poco a poco, la fórmula de su éxito: «la primera, imaginación… la segunda, liderazgo… y la tercera, humildad. Esas serían las tres virtudes indispensables».