La mayoría de los estudiosos establece dos tipos de miedo. Los endógenos o innatos, y los exógenos o adquiridos. Los primeros se heredan por especie, están inscritos en nuestros genes y se relacionan con el miedo a la oscuridad, a los fenómenos naturales, a la supervivencia y a la muerte.

Los segundos provienen del mundo exterior: desde los más comunes, como hablar en público y viajar en avión, hasta las fobias más irracionales, como la agorafobia, la claustrofobia o la zoofobia –muchas veces estos miedos tienen que ver con trastornos emocionales, como depresión o falta de autoestima–. La doctora Patricia Normand, profesora de Psiquiatría en Harvard (Estados Unidos), constató en un estudio que las reacciones físicas causadas por este tipo de temores incluyen sudor en las manos, voz temblorosa y agitación de piernas. Todo ello debido a una reacción provocada por la brusca secreción de adrenalina por las glándulas suprarrenales, el aumento de la presión arterial, la aceleración de los latidos del corazón, el estrechamiento de las venas del tubo digestivo y el ensanchamiento de las venas que van a los músculos del tórax.

Los miedos exógenos son temporales y pueden cambiar según la época de desarrollo del ser humano, pero ni los miedos innatos ni los adquiridos conocen diferencias sociales, económicas, culturales o laborales.