Una familia promedio de mediados de siglo XX en la Baviera
de la postguerra: un padre policía con dos hijos y una hija; la mujer, al menos
para el padre, no importa mucho, sólo en tanto les enseña a sus hijos la fe
católica. Sus hijos crecerán para ser sacerdotes, y luego obispos. Uno de ellos
se convertirá en el papa pro nazi que todos conocemos como Benedicto XVI; el
otro, como un obispo músico que (se descubrió esta semana) permitía abusos
sexuales en el coro que dirigía y golpeaba a sus alumnos. Bueno, ¿pero qué les
daban a estos muchachos cuando eran niños?

Tal vez un poco de Gaspar después de cada comida…

Lo alarmante es que Georg Ratzinger, el hermano mayor del
papa, no se alarma ni nada: dice que, en sus tiempos, era bastante común
golpear a los chavitos del coro, así que pus ya qué: a él le tocó dar un par de
bofetadas para que los chamacos se estuvieran quietos. "Sin embargo, siempre
sentí profundo remordimiento". Qué buen pretexto. Y qué bueno que no le tocó la
época en la que se castraba a los niños para que cantaran mejor.

Esa época llegó después.

Además, según muchos de los que estuvieron a cargo de
Ratzinger en el coro, dicen que él sabía perfectamente el tipo de abusos que se
cometían. No sólo había golpizas tremendas, sino que muchos sacerdotes violaban
niños. Aunque él dice no saber nada de esto, los entonces niños dicen que
nanai: que todos lo sabían, y que para no darse cuenta había que estar orate.
Lo cual es probable, tomando en cuenta que el tipo, al menos pa’fuera, hizo
voto de castidad.

¿Habiendo fotos como ésta?

Todo el numerito es otra evidencia de que la Iglesia nomás
no. No decimos que toda la Iglesia, pero buena parte de ella mantiene ideas
retrógradas, sumen a sus fieles en una serie de culpabilidades y viven en una
realidad alterna que hace mucho tiempo no aplica para buena parte de la
humanidad. En fin: ojalá que hubiera justicia severa para ellos en alguno de
los círculos de su infierno.