«Renovarse o morir», dice la tan sobada frase. ¡Háblenme a mí de renovaciones! Desde que era un feto y hasta el día de hoy, que acaba de cumplir cinco años, mi hijo ha vivido en cinco colonias distintas por culpa de la sangre húngara de su madre (50 por ciento, ni más ni menos).
Puedo tener el cabello a la cintura y al día siguiente apenas al hombro sin inmutarme. Y como ustedes saben, en estos siete años de columnas, equivalentes a 81 entregas, tuve una relación clandestina de dos años, un marido fallido con el que duré otros dos años; y ahora estoy muy contenta con mi amorcito actual, con quien también cumplí ya dos años y con quien albergo la esperanza de cumplir muchos más (porque, como diría mi abuela, éste sí «me salió bueno»).

Pero esto último significa también que hace mucho no tengo aventuras nuevas que contarles, y por eso con frecuencia hecho mano de mi tormentoso pasado. Porque definitivamente la Mónica que inició la columna ya no está más.
En 2003 yo era una soltera condechi de 37 años, sin hijos, con mucho tiempo libre para cazar hombres y netear con mis amigas. Ahora las amigas que frecuento son mamás de los amiguitos de mi hijo, y aunque son súper divertidas, de lo que más hablamos es de los niños, y la búsqueda de hombre ha terminado.

A pesar de lo anterior, he seguido aquí. Con nada ni nadie he sido tan constante como con esta columna… y con ustedes. No he vivido en ninguna casa, no he estado al lado de ningún hombre ni he permanecido en ningún empleo por más de seis años seguidos. Pero mis siete años de constancia y fidelidad a este espacio no son gratuitos, porque Chilango, y ustedes, me han dado mucho.

Gracias a esta columna se gestó mi libro Sexo Chilango, y gracias a ella es posible que el libro tenga pronto una segunda parte. Gracias a esta columna me buscaron en otros espacios, por ejemplo, para la conducción de algunos episodios de Sexo entre cuatro. Con la columna obtuve la amistad virtual de unos 980 internautas y la animadversión anónima de un par de mojigatos. Gracias a Chilango se me acercaron lectores con los que hoy me unen amistades reales, sólidas y profundas que durarán yo creo que toda la vida.

Gracias a Chilango se me acercaron lectores con los que hoy me unen amistades reales, sólidas y profundas que durarán yo creo que toda la vida.

Gracias a ustedes supe que no estaba sola con mis conflictos, que expresarlos era importante para otros, que existían hombres y mujeres a los que yo podía hacer reír y tal vez pensar.

Para alguien que venía de la muy solitaria labor de escribir poemas, descubrir lectores constantes, tener contacto con ellos, que te cuenten sus propias experiencias y a veces incorporarlos a tu vida real, ha sido sin duda lo más valioso de todo este tiempo.

Durante años Chilango ha sido para mí un espacio para la creación, porque escribir para ustedes ha sido lo más parecido a las letras que he podido hacer desde que me dedico todos los días a redactar oficios, bases para licitaciones e informes anuales de actividades.
Ahora me refugiaré en mi blog, que hoy casi nunca actualizo… y después algo nuevo se me ocurrirá. Porque seguiré sin tener respuestas, pero sin duda seguiré formulándome preguntas.

También seguiré colaborando en esta revista esporádicamente. Como editora de profesión, coincido con el editor de esta publicación en que ha llegado la hora de hacer cambios. Las revistas, como las personas, deben renovar su apariencia, actualizar sus temas, mirar hacia otros lados y mantenerse siempre en forma para no dar flojera y no morir. Así pues, coincido plenamente con mi editor en la necesidad de cerrar este ciclo… aunque la verdad es que me cuesta mucho trabajo despedirme de ustedes.

Gracias al equipo editorial de Chilango por haberme cobijado tantos años y, sobre todo, gracias a ustedes por acompañarme.

Como bien sabe la legión de mis exes, es duro vivir sin mí, pero es perfectamente posible. Sé que echarán de menos mi humildad sin parangón; por mi parte, yo recordaré siempre el privilegio de esta complicidad que tejimos juntos, y que ojalá persista. Los voy a extrañar de verdad.