¿Cómo sería?

Estás en un café platicando con tu mejor amigo. Hablan de cualquier cosa, y entonces cuentas un chiste sobre la novia de tu cuate. De pronto, se escucha de fondo una serie de risas histéricas que delatan que el chiste que acabas de hacer es bueno. Pero entonces tu amigo contesta algo medio ojete sobre tu novia. El público que antes reía, ahora hace un sonoro: “Uuuh…”. De pronto, cualquier comentario, cualquier noticia, cualquier situación de las muchas particulares que pasan en esta ciudad, tendrían una respuesta emocional del universo.

¿En qué cambiaría las cosas?

De tantas maneras… primero: siempre sabrías con exactitud si la persona que acabas de conocer será importante en tu vida o no: en cuanto entrar a escena el wey que va a hacer que te despidan del trabajo, todos lo abuchearían. Si entrara el amor de tu vida, todos aplaudirían y lanzarían chiflidos. Todos tus chistes, por malos que fuesen, tendrían una reacción. Seguramente nunca más necesitaríamos de psicólogos. Y, por fin, los discursos de los políticos estarían plagados de lo que todos queremos escuchar cuando los vemos en la tele: risas histéricas.