Juzgarla por su tamaño es un error: esta es una de las escuelas más originales con las que nos topamos. Su método de trabajo está basado en la educación personalizada que proponía el jesuita francés Pierre Fauré: hacer que el niño aprenda a aprender, a través de proyectos de los que se responsabiliza de manera autónoma, independiente y a su propio ritmo. En el aula, esto se traduce en una carpeta con proyectos de investigación de acuerdo a su madurez que el niño abre y cierra en la materia que más se le antoja, aunque tiene la obligación de avanzar, pues estas carpetas son revisadas todos los viernes por la propia directora, quien aprovecha para verificar el avance alumno por alumno. Aquí se alienta el respeto y la diferencia,  pero también el gusto por encontrar cosas nuevas, por resolver problemas solos. Es una de esas escuelas donde la tarea se les deja a los alumnos y no a los padres, sólo para reforzar, no para sustituir el buen entendimiento en el salón. Los lunes se proponen los temas que se van a tratar toda la semana; el trabajo duro acaba el jueves y el viernes se usa tanto para repasar y hacer preguntas como para tomar clases de equitación, de guitarra, hawaiano, ballet o pintura.