Es el cumpleaños 25 de Branko. Está sentado en una silla de ruedas a causa de una enfermedad degenerativa que su madre, Mía, no puede nombrar porque es incapaz de aceptar su condición. ¿Cómo lidia una mamá con eso y, además, se mantiene como el pilar de la familia?

Ese es el punto de partida de la obra Mi hijo sólo camina un poco más lento, que se estrena hoy (martes 6 de junio) en La Teatrería, bajo la dirección de Diego del Río y con Karina Gidi interpretando a uno de los personajes principales.

A esta historia le dan vida 11 actores que muestran como una familia debe aprender a vivir con la realidad dolorosa de ver limitado a uno de sus integrantes. Este enternecedor texto del dramaturgo croata Ivor Martinic se ha presentado con éxito en Sudamérica y toca el turno a nuestra ciudad en una corta temporada.

Conversamos con Karina de su interpretación y sus expectativas sobre Mi hijo sólo camina un poco más lento, en su regreso al teatro después de dos años de ausencia (El Libertino, 2015).

-Cuéntanos sobre Mía.

Es la mamá de un joven que tiene una enfermedad que no podemos saber pero que lo tiene en silla de ruedas y la mamá es quien más trabajo tiene para aceptar la realidad en la que está. Ella todavía está en un proceso en el que se niega a sí misma la realidad de que su hijo no camina.

¿Qué reflexión comparte el texto de Ivor?

La forma en que puedes desencadenarte como en efecto dominó cuando tú estás fuera de lugar con respecto a algo de tu realidad. Cuando te resistes a aceptarlo, de alguna manera te descolocas del mapa donde deberías estar y eso hace efecto en otras áreas de tu vida. Es decir, si yo tengo un trabajo que me hace profundamente infeliz y no tengo la habilidad para resolverlo, eso puede afectar en la forma en la que yo me percibo a mí misma como mujer, en la forma en que yo me comporto con mi familia y en la forma en cómo acabo relacionándome con mi pareja y creo que Mía está en un momento crisis a la redonda. Está descolocada porque hay una realidad medular por la que está huyendo que es la de poder mirar a su hijo y verlo como realmente es, en la situación en la que realmente está.

Ante la situación, ¿cuáles son las virtudes y debilidades de Mía?

Es una mujer muy amorosa y que ante la enfermedad ha sabido sostener sobre sus hombros su casa y las relaciones con los demás. Cuida a su mamá que está enferma de algo muy parecido al alzheimer y tiene una vida, solo que por las circunstancias está un poquito extraviada de sí misma, pero es una mujer en general ecuánime y honesta. Sin embargo está queriendo relacionarse con su hijo como si tuviera 15 años, de una manera torpe y pregunta cosas a destiempo y fuera de lugar un poco como una especie de berrinche de adulta.

¿Se le puede juzgar por eso?

Eso le pasa mucho a las mamás cuando los hijos no son como ellas quieren. Siempre hay algo como “mi hijo no es lo suficientemente sociable”, o “es demasiado sociable”, o “podría ser más selectivo con sus parejas”, o “es que no sale con nadie”, o “es que eligió la carrera equivocada”, siempre hay una razón por la que uno podría tener incomodidad y protesta, eso es diferente porque aquí hay una enfermedad importante que lo tiene disminuido en sus capacidades físicas.

Además de haberse presentado con éxito en países sudamericanos y representar un gran logro para el dramaturgo, ¿por qué debemos verla?

Es una obra entrañable, que juega con situaciones muy cotidianas de una familia. Creo que tiene momentos que son muy graciosos donde aprovecha mucho el sentido del humor, de pronto todos tenemos una tía loca o un pariente que es el impresentable y también en esta familia los hay, porque es una obra que aunque no se le quiera llamar psicoanalítica, sí tiene algo de psicoanálisis. Me parece que tiene cosas muy dulces y creo que los puede divertir y los puede conmover sin maltratar. No es una obra que maltrate al espectador.

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