David Olguín es un dramaturgo insólito, dueño de una sincronía especial con su tiempo. Este es el caso de su nueva puesta en escena El mercader de Venecia, un clásico shakespeareano que pocos se atreven a tocar, en parte por la complejidad moral que propone el texto: Shylock (aquel judío usurero que pide el pago de una deuda con “una libra de carne” del cuerpo del deudor) es al mismo tiempo víctima y villano, y la doble moral cristiana que lo condena.

Para Olguín, esta es una oportunidad de llevar a escena temas necesarios en un momento aciago para México: «El mercader habla sobre la intolerancia, el racismo, la doble moral, la manera en que de pronto levantamos el dedo con gran facilidad para señalar al otro», dice Olguín.

En la adaptación que hizo el dramaturgo mexicano, también se subraya una realidad contemporánea, con personajes inmersos en un mundo cuyos dueños son los bancos, los capitales, los mercados y la Bolsa de Valores.

«Ahí está el tema del dinero, la gran catástrofe económica que puede vivir alguien mayor de 40 años, incapaz de conseguir empleo. Este cuestionamiento es fundamental para un país donde el 1% tiene mayor riqueza acumulada que el otro 99% de la población».

Olguín quiso que el usurero fuera interpretado por Mauricio Davison (quien hace algunos años hizo un enorme trabajo con el Tío Vania, de Chejov), dueño de un estilo atípico, alejado del realismo: «Tenía ganas de trabajar otra vez con Mauricio, creo es un actor desaprovechado, el actor por antonomasia de Gurrola, un hombre con una lucidez y una cabeza en perfecto estado, extravagante como actor por su estilización y su capacidad de afectarse», según Olguín.

Con un elenco de esta categoría y un director tan cuidadoso, esta podría ser una de las puestas en escena más memorables del año. Definitivamente no hay que perdérsela.

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