William Hunt es algo peculiar. Sutrabajo consiste en el performance, donde crea música con instrumentosacústicos bajo condiciones físicas extremas: tocar la guitarra de cabeza yestar dentro de una cubeta, cantar dentro de un carro lleno de agua. Algunos loconsiderarían extraño, confuso y torpe, pero lo cierto es que lleva consigo unaalta dosis emocional y entrañable.

En una de sus últimas exhibiciones, llevada a caboen la IBID Projects Gallery de Londres, el inglés logró crear música y sonidosusando esculturas como base. Se dividió en dos partes. La primera, un setde cuatro racks de micrófono, donde colocó cráneos con moldes de su caracon audífonos por dentro. A través de éstos, el espectador podía escuchar la vozde Hunt grabada mientras elaboraba los moldes de su rostro. La tenueiluminación combinada con los profundos y a la vez gruñentes sonidos de su voz,crearon una atmósfera misteriosa que rayó en el expresionismo abstracto, conclaras referencias a la obra del escultor Robert Morris en los sesenta. Lasegunda parte constó de un extraño mecanismo que sirvió de escenario para su performance.Una vieja máquina cubierta de metal que consigo traía un monitor, mostraba elrostro de William, quien permanecía en un estrecho hoyo con un acordeón entresus manos, un instrumento que, según el artista, era lo suficientemente pequeñocomo para permanecer en ese ajustado espacio.

Acordes se mezclaron con sonidos exhaustivos noaptos para claustrofóbicos. Hunt reta la percepción del espectador —elementocentral en sus trabajos previos. La duración de su acto raya en laautoflagelación, la única forma en que el público percibe lo que el artistadesea comunicar. Una surreal manifestación que desconcierta y deleita en igualmedida.

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