No hay filtro. La luz de la mañana es libre para entrar, toda ella, en la estancia. Veo papeles por todas partes desde el sofá. En una mesa, una pila de discos entre los que destaca uno de David Bowie y en otra, un grueso libro cuya portada contiene una promesa en letras doradas: Puedo explicarlo todo.

La frase, que suplica una oportunidad de justificación, es el nombre con que Xavier Velasco bautizó su nuevo libro: una novela de ternura, manipulación y culpa. «Esta historia me encontró a mediados de los años noventa. Venía y venía a mí hasta que ya no pude ignorarla. Empecé a escribirla a mediados de 2004 pero la interrumpí para hacer Éste que ves. La retomé en 2006. Son muchos los años que pasé en ella», me cuenta mientras mi mirada se desvía para encontrarse con otra… No la de los ojos azulísimos del autor sino con la del extraño personaje con quien compartimos la sala. «Es el doctor Enedino Godinez», me dice Xavier, «lo traje de Cincinnati para que me ayudara a presentar el libro».

El año pasado, el peculiar doctor presentó la novela de Velasco en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. Causó furor no sólo por su insolencia ni porque es un simpático muñeco de ventriloquia, si no porque quien le dio voz fue el mismo Xavier, provocando revuelo durante la FIL.

Famoso por hacer un espectáculo de cada presentación, decidió usar a Enedino porque quiso aprender a ser ventrílocuo y porque al tratar su obra la historia de un manipulador, quería a un presentador manipulable. Le pregunto si hace 10 años imaginaba que esto pasaría: «Espero cualquier cosa de mí. Que me iba a poder dedicar a escribir, lo imaginé toda mi vida, pero de ahí a que pudiera suceder hay una gran distancia. Pasé años soportando que me consideraran loco por tener esas aspiraciones, pero siempre lo creí posible. Es más, pensaba que era inminente que iba a vivir de la literatura. Pero no creía estar listo».

La epifanía llegó en el año 2000. Xavier, que había abandonado sus sueños de rockstar al saber que la guitarra eléctrica que compró necesitaba un amplificador que nunca consiguió, vio Amores perros y pensó: «Si esto ya se está haciendo en el país, ¿por qué yo no voy a poder hacer mi novela?». «Me comprometí conmigo mismo a hacerla y con alguien que me prestó dinero para que lo lograra. Me ayuda endrogarme; así me pongo a chambear porque tengo que pagar».

Antes de eso hizo páginas de internet y trabajó en una agencia de publicidad, sin abandonar sus ambiciones. «Conseguí una colaboración editorial para tener un pie en la escritura; el otro lo ponía donde fuera. En la agencia me obligué a ser razonablemente mediocre porque si lograba éxito ahí, el escritor se iba al demonio. Boicoteé toda oportunidad de que me fuera bien. Ganaba más haciendo publicidad, pero fui cambiando los porcentajes. Cuando empecé a ganar más por escribir, a la publicidad la mandé al cuerno. Me tomó un buen tiempo».

Vencido ese obstáculo, Xavier se enfrentó al mayor problema para un artista: él mismo. «Cuesta creer. No es nada más decir “puedo”. Lo debes decir cada mañana durante años. Hay inquietud, muchos días en que piensas que no podrás. Es una larga pelea contra ti mismo. Dice Basilio –el personaje más etéreo de Puedo explicarlo todo– que el peor de los enemigos es el que llevas dentro. Estoy de acuerdo, pero hay que vencer eso porque todo enemigo es un aliado. Cuando te hacen daño y no te dejas, te haces mejor. Uno tiene que dominar a sus demonios y ponerlos a trabajar.»

«Escribir es estar donde está el fuego, es no preservarte, no estar seguro ni tranquilo. Es evitar toda zona de confort».

Lo logró y en 2002 terminó de escribir Diablo Guardián. Con ello su vida cambió: ganó el premio Alfaguara y descubrió que podía pasar una semana en cama y seguir ganando dinero. Pero justo cuando estaba en calma, los demonios reaparecieron: «Llegaron a decirme que debo seguir hasta el final, aunque me despedace. Dicen que nunca es suficiente, que quieren más. Quieren que lleve una vida caótica, que me arrime al fogón porque escribir es estar donde está el fuego, es no preservarte, no estar seguro ni tranquilo. Es evitar toda zona de confort. Odian mi comodidad y en el fondo estoy de acuerdo con ellos».

Sugiero que, en realidad, su «simpatía por los diablos» se nota desde la superficie. Es evidente que el confort es una clase de cinismo que no se puede permitir. «Cualquier forma de escritura distinta a la que he cultivado, me atrae. Lo nuevo me llama. Soy poco permeable a la nostalgia. El pasado no me interesa, tengo voracidad por el futuro.» Pero, ¿cuándo deja de ser «llamado» por algo? «Me doy cuenta, como tú cuando un galán ya no te pone. Lo detectas hasta que un día lo asumes y dices “se acabó”. Si el entusiasmo se acaba, termina todo. Pasa con los discos que ya no escuchas, no los traes en la cabeza porque lo que tienes ahí ya son otros sonidos…»

Mientras Puedo explicarlo todo es un éxito en las librerías, nuevos sonidos rondan por la cabeza de Xavier: hacer una obra de teatro, terminar su próxima novela y escribir crónicas de tenis. ¿Narrativa deportiva? «Sí, veo feliz a Villoro escribiendo sobre fut ¿y yo qué? Me encanta el tenis, así que por qué no. El duelo Federer-Nadal está en un momento excepcional y a mí me gusta contar cosas. Debo contar eso, aunque en sus partidos me cueste decidir a quién irle.»

33480?ste que ves junto a Xavier  es Boris, su amigo inseparable.

?ste que ves junto a Xavier es Boris, su amigo inseparable. (Foto: Gunther Sahag?n)