Alguien, quizás la hija de Mela y Rafa, que se sentía punketa, echó humo y se lo tragaron los pulmones del “Grafiti” que se sentó con tos a la batería prestada.

–Somos su peor pesadilla –dijo Costra y desde las baquetas sonó el conteo para “Ya no te quiero”, ahora un punk con un coro de reggae.

El baterista tocó maquinalmente mientras observaba a la tribu: tres chavas agitaban la greña sin despegar los pies del suelo, un compadre haciendo zigzag rumbo a un baño que no encontró, los demás fumando y gritándose por encima del ruido. Sus ojos se cruzaron con los de una chica de minifalda y botas negras. Se acomodó un segundo el cabello lacio de las altas, de las espigadas, de las que portan las narices erguidas y los párpados a medias. Luego, encendió un cigarro. El baterista pudo ver: fumaba Lark. Aplausos. Alguien silbó pero al baterista le pareció que no era para el grupo sino para un compadre perdido rumbo al baño. Había muchos con la cabeza hundida en las mesas. Un chavo pasó levantándolos de los pelos buscando a un amigo: los alzaba y, si no era, les dejaba caer la cara sobre la madera astillosa. El “Grafiti” pensó que ésas eran las costumbres de esta zona de la ciudad, tan distinta a la agringada Ciudad Satélite. Otro conteo para la nueva canción de Buitragos, “Emiliana”. El público que no sale a la terraza es porque está inconsciente sobre las mesas. Costra se desgañita para hacer pasar por rock una cosa que parece un son jarocho. En el fondo a alguien le empieza a dar un ataque, saca espuma por la boca, lo cargan. La gente de la terraza sale para ver el espectáculo. La epilepsia es más atractiva que la canción que fue rechazada por el Comrock. Costra se escandaliza ante la imagen:

–Despierten, sonámbulos. El atacado está más lúcido que ustedes.

Otra vez la lluvia de vasos de cerveza. Weyes que se paran sobre las mesas y mientan la madre con los puños cerrados. Puta, otra vez, pinche Costra, por qué tiene que provocar así a la gente.

–Ven aquí, y dímelo en la cara –reta desde el micrófono Costra.

Quiere repetir la escena de Sid Vicious en Brasil reventándole la cabeza a un paisano a guitarrazos, pero Costra no le atina y la guitarra –prestada por los carnales de Café Tacuba– va a parar al suelo y hace un sonido distorsionado que hace voltear a todos al escenario. Los guarros que cuidan el Tutti Frutti ya están arriba del chavo que sólo grita:

–Yastuvo, yastuvo.

Se lo llevan. Ahora tenemos público. ¿Y qué hacemos? Tocar “La Negra Tomasa”. La gente aplaude y se ponen a bailar la cumbia. Puta, qué estamos haciendo. Marco el ritmo y vuelvo a ver a la alta de la minifalda y botas negras: mueve las caderas, hace una sentadilla, levanta los brazos y se tapa medio rostro con el cabello lacio y negrísimo. Creo que nuestros ojos se han vuelto a encontrar pero no estoy seguro. Terminamos con un platillazo mío. Nos aplauden algunos. Otros sólo esperan a que nos callemos para hablar. Estoy sudando. Necesito otro Bacardí y buscar a esa mujer de la minifalda. Costra dice algo que contiene la palabra “cabrón”, se enfila una línea en la mesa del camerino y se la sirve. Saca una llave, toma una montañita y me la pone debajo de la nariz:

–Aspírale porque se me acaba.

En lo único que puedo pensar es en irme con el público a buscar a mi groupie potencial que fuma Lark. Pero, cuando logro salir del camerino, no la ubico.

–¿No viste a la chava con la falda de encajes con mallones negros abajo que estaba ahí? –preguntas al personal.Todo mundo niega con la cabeza. Una estela de humo que quizás es de un Lark.

El roncanrol desaparece justo cuando crees que lo estás viviendo.

Se hizo tela de humo entre la autoparodia, el regreso a las charadas regionales, lo tropical. ¿Qué se fizo el rey don Juan? Caifanes, Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio, Chacmool, Casino Shangai, Bonn y Los Enemigos del Silencio, Los Amantes de Lola, Size, Kerigma, El Personal, Los Clips, Café Tacuba, Tijuana No. En el nombre estuvo la mitad de su leyenda. No en Banda Boicot ni en Mr. Pirata y Sus Incautos.

Un día llegó el camión de mudanzas embarcado en la Sala Chopin con destino a un garaje de Ciudad Satélite. Lo recibió la mamá del “Grafiti” y acomodaron la caja con tambor, tarolas, platillos, bombo y baquetas a un lado del Valiant café de 1978. En las paredes había pósters comprados en el tianguis del Chopo, de Bob Dylan y los héroes de la batería: Keith Moon, John Bonham, Roger Taylor, Don Henley, Bill Bruford, Eric Carr, Alex Van Halen, Charlie Watts, Ian Paice. Los bateristas, ésos que miran lo que de humo tienen los barcos sin rutas definidas, lo que de sueño que no recuerdas tienen los conciertos y los rostros emborronados de quienes los escuchan. De vez en vez se oía algún ritmo que provenía de ese garaje perdido. Un punk, un rocanrol, una cumbia. Un solo de batería, así, sin guitarras ni cantantes. Ya los demás habían entrado a la universidad. Qué más daba.

***

Con mi banda estuvimos arriba en Neza, Ciudad Satélite, Azcapotzalco… Rockstock, Rockotitlán, El Lucc, El Tutti, y El Bodegón –solías decir ya como público, tres o cuatro años después de que fuiste el espectáculo.

–¿Y cómo se llamaban? –te pregunta ella acomodándose el mechón platino del cabello, segura de que la historia del rock mexicano está hecha de nombres y no tanto de canciones memorables.

–Banda Boicot. Éramos punk.

–Yo los he oído, wey –te suelta un empujón en el hombro.

–¿Dónde? –te escandalizas. Puede ser un revival, un renacimiento, a lo mejor te están programando en Rock 101, “total y absoluto rocanrol”.

–En mi walkman –responde ella y te da otro empujón en el brazo y tú no sabes por qué. FIN