Rosario Lucas nació una fría madrugada de 1994 en un consultorio médico en San Pablo Xalpa en Tlalnepantla, Estado de México. Creció en Atizapán de Zaragoza y recuerda que su madre no los dejaba salir a jugar a la calle, pero tenían un patio con un columpio y una resbaladilla en la que imaginaba historias hasta que el sol se metía.

Tenía bajo la cama una pequeña colonia de muñecos con una organización dedicada a conspirar en su contra para hacerle daño mientras dormía. Para entretenerse dibujaba paisajes, porque veía a Bob Ross, y caricaturas de su familia, porque leía a los moneros de La Jornada.

A su mamá le molestaba que se la pasara dibujando y en la escuela la regañaban por pintar en lugar de poner atención a las clases. “No contaban con que a mí siempre me ha gustado llevar la contraria, y entre más se me insinuaba que buscara otra profesión o pasatiempo, más me obsesionaba con dibujar”, recuerda.

Siempre estuvo rodeada de libros ilustrados; su predilecto es El libro del osito, de Anthony Browne. En la adolescencia, RosarioLucas consumió manga japonés, y en la carrera el trabajo de Isol y Leonora Carrington y la música se convirtieron en el combustible de sus imágenes.

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Estudió Diseño Gráfico en la UAM-Azcapotzalco y este año volvió a la casa de su infancia en el Estado de México para dedicarse más a sus proyectos personales.

Disfruta el canto de los pájaros en el día y los grillos en la noche; sufre el sonido de los balazos en la madrugada. En el estudio de Rosario Lucas hay periódicos viejos, libros, pinturas, una laptop para poner música a todo volumen, lápices y su libreta de bocetos.

Por la ventana se ven casas grises amontonadas en el cerro, algunos árboles y a veces pájaros. Le encantan las historias oscuras, hablar de miedos, bailar y escribir.

RosarioLucasBN

Cree que ha encontrado un nuevo refugio en las palabras. En relación con su proyecto más reciente, la portada del libro Cara de liebre (Seix Barral), escrito por Liliana Blum, explica: “Es una historia sobre huesos: el hueso que queda después de que la piel desaparece. El hueso como símbolo del alma, la esencia. La putrefacción, la transformación. Lo muerto, que nutre a lo vivo cuando los huesos en la tierra, los del durazno y los de los humanos, hacen crecer árboles. Encontré en el durazno el elemento que une el alma de estas dos mujeres”.

IG: @ROSARIOLUCASH

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