A través de la autoficción, J. M. Servín desentraña su memoria, observa la vida en la Ciudad de México y reflexiona sobre el oficio de escritor en su libro más reciente, Nada que perdonar. Crónicas facinerosas.

ENTREVISTA A J.M. SERVÍN

¿Por qué utilizas la crónica como instrumento autobiográfico?

Nada que perdonar es más bien una autobiografía en obra negra que no empezó con este libro. Tuve la necesidad de abordar el relato testimonial para contar mi historia, la de mi familia y la Ciudad de México que me ha tocado vivir.

¿Para qué hablar de tu génesis literaria?

Todos los escritores, tarde o temprano, necesitamos decir de dónde venimos y quiénes somos. Vida y obra tienen para mí una relación estrecha. Yo soy un lector formado de manera autodidacta y en condiciones poco convencionales. Para mí era muy importante decir que el lector no se forma en un salón de clases.

¿Te consideras un autor contracultural?

No. A mí no me interesan las etiquetas y el término contracultural se presta para todo tipo de aberraciones e imposturas. Yo soy producto de mis circunstancias sociales y culturales, y he sabido extraerle un valor a la vida y a la lectura que a mucha otra gente no le habría interesado.

Ser contracultural en un país de impunidad como este, nos lleva a reflexionar sobre qué funciona contra la cultura. Aquí lo que domina es la contracultura: los narcocorridos, el narcotráfico, el consumo de drogas; todo está́ relacionado con actitudes, diálogos y transgresiones que van contra la autoridad y el estado de derecho.

El problema es que cuando se habla de contracultura, la gente piensa en Jack Kerouac. La contracultura te ayuda a mover las convenciones, cuestionarlas, transgredirlas y a veces hasta establecer un diálogo ríspido.

Si el libro se llama Crónicas facinerosas, ¿cuál es el crimen?

El crimen que cargamos al vivir en esta ciudad. De alguna manera, todos somos una especie de criminal en incubación, en potencia. ¿Cuál sería el crimen? Lo facineroso no es solamente el crimen, sino vivir en circunstancias en las que la ley y el orden se encuentran en una confrontación constante. Vivir en el imperio de la ley es muy difícil, porque aquí la ley no funciona: vivimos en un país con 98% de impunidad, donde todo lo que puedas conseguir te llevará a dar una mordida.

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