Hemos aprendido en la historia oficial que la guerra de independencia se luchó en todos lados menos en la CDMX, sin embargo, esta versión es errónea. La Ciudad de México no fue indiferente ni pasiva al movimiento independentista, por el contrario, jugó un papel esencial en la insurgencia. Al llegar las fechas patrias estamos acostumbrados a escuchar sólo acerca de la famosa conspiración de Querétaro; aquella donde participaron Hidalgo, Allende y la Corregidora, pero la CDMX fue el escenario de grandes y múltiples conspiraciones para independizar al virreinato de la Nueva España. ¿Quieres saber un poco de ellas? ¡Te contamos abajo!

El rumor más antiguo de una conspiración en la CDMX

Francisco de Goya. Auto de Fé, castigo común para culpables de la Inquisición. 1808/1812 óleo sobre lienzo.

La Conjura de la que hablaba Juan Antonio Montenegro

1793 es quizá el año más lejano en el que encontramos registro del rumor de una conspiración para independizar a la Nueva España y éste tuvo lugar en la CDMX. Fue protagonizado por un joven tapatío criollo de nombre Juan Antonio Montenegro que había llegado a la capital de la Nueva España para estudiar en el prestigioso Colegio de San Idelfonso; lugar en el que logró obtener un doctorado en teología. Durante su estancia como colegial alquiló una habitación con dos amigos más en el Portal de la Sangre de Cristo que se hallaba en la esquina del Portal de Mercaderes y la calle de la acequia, hoy Plaza de la constitución y 16 de septiembre, para luego mudarse a la calle del indio Triste, hoy Correo Mayor.

Montenegro era asiduo lector de las novedades editoriales de Europa. Entre ellas, sin duda, estaban los autores ilustrados franceses y gustaba de comentar sus ideas revolucionarias en público.

Se soltó de la lengua y terminó delatado ante el Santo Oficio

Un día desafortunado, Montenegro habló de más y le comentó a uno de sus amigos que él sabía que en la ciudad había una conspiración para independizar al reino de la Nueva España en donde participaban más de 200 criollos. No solo eso, además le comentó que la Nueva España “tenía derecho a independizarse porque los españoles habían usurpado el poder y porque solamente el vasallo estaba obligado a rendirle fidelidad al monarca cuando este obraba en su bien y que este no era el caso”. Lo primero que hace su amigo Manuel Velasco es correr al Santo Oficio y denunciarlo. Sin saberlo, Juan Antonio se regresa a Guadalajara, cuando un día le dicen que tiene que volver a la CDMX porque está llamado a dar cuentas a la Inquisición.

Pasa un año encerrado en el calabozo pero al final logra hacer una defensa brillante de sí mismo. Acepta los cargos pero comenta que él solo dijo que escuchó que existía una conspiración, mas no que tuviera certeza de que en efecto existiera, ni mucho menos que participara en dicha conspiración. Al final el Santo Oficio decidió dejarlo libre pero no sin que antes se retractase de “las máximas funestas de la Francia revolucionaria”, para estar recluido dos años más en un convento de Querétaro. ¿Habrá realmente existido la conspiración de la que hablaba Montenegro? Nunca lo sabremos, ni Montenegro confesó su existencia ni los inquisidores indagaron más allá de este sujeto. Tampoco existieron mas denuncias al respecto. Como afirma Gabriel Torres Puga, lo único claro para nosotros es que hubo el rumor de una conspiración que no podremos corroborar jamás.

La Conspiración de los Machetes

Imagen vía Wikimedia Commons por Fanny Schertzer.

La noche del 9 de noviembre de 1799, autoridades de la Sala del Crimen a ingresaron de manera abrupta y violenta a una vecindad que se hallaba ubicada en el callejón de los Gachupines, (que se ubicaba entre las actuales calles de Chile y Nicaragua del centro histórico), para aprehender a los sujetos allí reunidos y llevarlos de inmediato a la cárcel de corte. El delito: conspirar contra el gobierno español y buscar la independencia de México. La conjura había sido denunciada por Teodoro Francisco Aguirre, ni mas ni menos que el primo del líder de la conspiración, Pedro Portilla. Faltaban once años para que Hidalgo diera el famoso grito de Dolores.

Pedro de la Portilla: el Conspirador de la Lagunilla

La historia que continuación te vamos a contar ocurrió diez años después de que estallara la revolución en la cual los franceses le cortaron la cabeza a su propio rey. Ni más ni menos que aquí, en la Muy Noble y Leal Ciudad de México; para ser más precisos, en la plazuela del antiguo mercado de Santa Catarina Mártir, entre las actuales calles de Brasil y Nicaragua. Es decir, en lo que fuera el primer mercado de La Lagunilla.

Hastiado de los privilegios que se les otorgaban a los españoles recién embarcados a Veracruz, un joven criollo de 24 años, de bajos recursos económicos y que tenía por oficio recaudar impuestos en esta plaza, comenzó una conspiración en 1799. Logró reunir 50 machetes, 2 pistolas, 1000 pesos en plata y 20 criollos pobres, todos familiares o amigos, algunos relojeros, plateros y oficiales o guardias de plazas de la capital que se reunían en el callejón de los gachupines número siete. Dicho callejón estaba situado a la altura de las antiguas calles de la Pila Seca, (hoy República de Chile) y la Amargura (hoy calle de Honduras, que al extenderse hacia el poniente adquiere el nombre de Nicaragua). La conjura tenía por objetivo independizar al virreinato de España.

Bajo la insignia de una imagen de la virgen de Guadalupe (al igual que hiciera el cura Hidalgo 11 años después) el plan de De la Portilla al parecer consistía en liberar a los presos, apoderarse del palacio virreinal, capturar a los militares, apresar a los funcionarios, adueñarse de los fondos y apoderarse de la persona del virrey. A continuación, proclamar la independencia de México, declarar la guerra a España y matar o expulsar a los gachupines y quitarles a éstos su dinero.

Antiguo Mercado de la Lagunilla.

Los agarraron conspirando en el Callejón de los Gachupines

En efecto, después de una reunión de emergencia entre el virrey duque de Asanza y los ministros de la Real Audiencia, se acordó que se procediese a la prisión de los conjurados. El virrey ordenó al alcalde de corte D. Joaquín de Mosquera y Figueroa que, durante la noche, con el mayor sigilo, cuidado y “sin ruido ni escándalo”, agarrarlos conspirando para que se procediera a la aprehensión de estos sujetos. En un informe, dijo el virrey : “Túvose el mayor cuidado en ocultar al pueblo el motivo de la prisión para evitar hablillas y reflexiones peligrosas, y pávulo al encono que desgraciadamente reina entre europeos y criollos”.

De peligro la tensión entre criollos y gachupines en la CDMX

Ahora bien, podemos preguntarnos ¿qué peligro representaban estos  criollos “pobretones” que tan solo lograron reunir unos cuantos machetes? Lucas Alamán cita una carta que el virrey Azanza emite como informe reservado al rey en 30 de noviembre del mismo año: “Aunque las circunstancias de los sujetos que habían formado este proyecto, -le dice-, me debieron dar poco cuidado, pues ni por su crédito, ni por sus facultades, ni por su talento eran propios para una empresa de esta especie; pero como por una grande fatalidad existe en esta América una antigua división y arraigada enemistad entre europeos y criollos, enemistad capaz de producir las más funestas resultas, y que siempre debe ser temible por ellas al gobierno, tuve por preciso mirar seriamente este asunto, y tomar activas providencias para cortar el mal antes que adquiriese incremento”. 

Una causa suspendida entre dos virreyes

Pasaban los días y la causa estaba suspendida. Debido a que la conjura tuvo lugar justo en el momento en que concluía el  virreinato del duque de Asanza y en España se nombraba como nuevo virrey a Félix Berenguer de Marquina, fue complicado su seguimiento. La causa habría estado entre las disposiciones de dos virreyes. Meses después, Marquina consultó con el Consejo de Indias qué hacer y se le respondió que lo que dictan las leyes en estos casos, es decir, la horca. Sin embargo, al final de cuentas el virrey no ejecutó ninguna sentencia, no sabemos por qué. Tal vez porque el mismo Marquina andaba siempre temeroso de que estallara un motín y quizás pensaba que resolver el ahorcar a los conjurados, traería la reacción violenta y furiosa de una ciudad que ya no era ajena a lo que acontecía en el mundo; que  estaba inconforme por las medidas de los Borbones; que se hallaba dividida en gachupines y criollos, y por lo mismo, en la que se vivían grandes tensiones en su interior. Quizás por todo ello, Marquina decidió dejar parado este asunto de la condena y mantener prisioneros a Portilla y sus camaradas por un largo tiempo.

El Tren de la Historia. Vía Museo de Arte Popular.

Los chilangos muy activos en el proceso de independencia

Como vemos, la Ciudad de México no fue de ninguna manera ajena, indiferente o pasiva ante el movimiento de independencia. De hecho una muy considerable y significativa cantidad de conspiraciones tuvieron lugar aquí en territorio chilango. No podía ser menos, era el centro político más importante del virreinato. Desde el año de 1808 en que llegarona la capital las nuevas de la invasión de Napoleon Bonaparte y los miembros del Ayuntamiento quisieron aprovechar esta situación para intentar una especie de autonomía que fue seguida del asalto a palacio virreinal y el secuestro y destierro del propio virrey por parte de los comerciantes y los oidores de la Real Audiencia, la ciudad mostraba que aquí las cosas durante los acontecimientos de la independencia estuvieron más que calientes y así continuaron a lo largo de toda la insurgencia.