Acordes de Bartok, Bach, Mozart y vallenatos de Alejandro Durán, miles de lectores y decenas de escritores, burócratas y personalidades mexicanas y colombianas despidieron ayer al escritor Gabriel García Márquez cuyas cenizas se encuentran ya en su natal Colombia donde serán honradas en la catedral primada de la Plaza Bolívar.

Remolinos y más remolinos levantan espirales de mariposas amarillas que revolotean felices, libres, invitantes, afuera del Palacio de Bellas Artes en el funeral público del escritor colombiano Gabriel García Márquez quien, aseguran varios de sus lectores reunidos aquí, partió hacia Macondo un jueves santo, el 17 de abril pasado, el mismo día en que murió la monja jerónima Sor Juana Inés de la Cruz en el año de 1695.

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El adiós a Gabriel García Márquez (Foto: Ricardo Aldayturriaga)

Desde ese primer día de todas nuestras soledades hasta este lunes 21 de abril una serie de sucesos atípicos han marcado su partida, recordó Rafael Tovar y de Teresa, titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en su personal despedida del Premio Nobel de Literatura de 1982.

Una inquietante luna roja se desplazó por el cielo tan solo en una noche.

Una granizada, también en una sola noche, colapsó el camino que une Ciudad de México con Toluca.

Un temblor nos hizo sudar hielo con sus 7.2 grados en escala ritcher.

Ahora a las nueve de la noche del lunes 21 de abril se despliega otra realidad mágica: el viento se arremolina y arremete contra el coloso de níveo mármol. Algunas negras nubes ya descargaron su furia sobre los lectores del autor de Cien años de soledad que esperan estoicos poder entrar a Bellas Artes para despedirse de él. Están empapados y enojados por el cerco de seguridad que se implementó. Llevan ramos de rosas amarillas, margaritas, claveles. Palomas de la paz. Rosarios. Bordados.

Raquel, la estudiante de filosofía. María, la ama de casa. Arnulfo, el jubilado, suman cinco horas esperando como otros centenares de personas que portan capas azules, verdes y hasta rosas para guarecerse del aguaviento que se une a esta despedida que los organizadores califican con mexicanísima precisión de “estar hasta la madre”,como lo fueron el funeral del cronista Carlos Monsiváis, hace ya cuatro años, o una presentación de la periodista Cristina Pacheco que colmó todos los espacios del recinto, la zona de murales, la parte más alta, con seguidores suyos que aplaudían su paso desde diferentes niveles y escalinatas.

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El adiós a Gabriel García Márquez (Foto: Ricardo Aldayturriaga)

Así son igual de concurridos los funerales de Gabriel García Márquez, el escritor, Gabo, el periodista, Gabito, el esposo de Mercedes y el padre de Rodrigo y Gonzalo, quienes a sus espaldas tienen su corte de hijos.

Al centro del acceso principal a bellas artes, ante la puerta que custodian los tlálocs, está el abuelo en su urna bajo una enorme foto que lo retrata pleno y con mirada desafiante. Ellos, los suyos, encabezarán la primer guardia de honor al filo de las cuatro de la tarde ante el pelotón de camarógrafos y fotógrafos que los acribillarán una y otra vez con sus haces de luz.

Miran de frente a la entrada principal y hacia su mano izquierda está esa zona colmada de colombianidad, porque allí estarán sentados el poeta William Ospina, el director de la Fundación Nuevo Periodismo, Jaime A. Bello;, el Secretario de Justicia, Alfonso Gómez Méndez —famoso por sus noches de bohemia y de mamador de gallo—; el Secretario de Trabajo, Rafael Pardo; Salvo Basile, el actor italocolombiano que lleva una refulgente camisa ambarina;la comisario de la policía, Arelis Vázquez;el director del diario El Tiempo, Enrique Santos Calderón; el agregado naval, Sergio Álvarez; el coronel, Jairo Sandoval Moncayo, a la espera de su presidente, Juan Manuel Santos Calderón.

Frente a ellos está el ala mexicana en el costado derecho. En primera fila está el periodista Jacobo Zabludovsky, al lado del historiador Héctor Aguilar Camín, acompañado por su esposa, la novelista Ángeles Mastretta, a los que se unirá poco después Silvia Lemus, viuda de Carlos Fuentes, y la también novelista Carmen Boullosa.

En el ambiente flota la música que seleccionaron los hijos del Gabo con las piezas favoritas de su padre y que son interpretadas por la Camerata Internacional de México bajo la batuta de Ramón Romo Lizárraga, quien por momentos luce tenso y hasta olvidadizo por la solemnidad del acto. Bartok, Bach, Mozart, esos genios con los que el escritor concilió todos sus demonios, suavizan aún más los abrazos, los besos y las condolencias que reciben la tribu gaba en cascada.

Arriba de ellos, en la Sala Manuel M. Ponce, ha sido concentrada la prensa en un palco donde se observa que por ahí pasarán, a veces fugaces, el poeta mexicano Homero Aridjis, el editor Adolfo Castañón, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera; los poetas mexicanos Raúl Renán, Miriam Moscona y Claudia Posadas; el narrador taurófilo Jorge F. Hernández… Son más de 200 periodistas los que se mueven y se asoman desde esta improvisada atalaya.

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El adiós a Gabriel García Márquez (Foto: Ricardo Aldayturriaga)

Carmen García Bermejo, Mariana Schwebel, Karol Porras y Diego Olivares están exactamente arriba de la urna del Gabo, al centro mismo de las exequias. Y es Diego el bogotano quien se percata del toque esotérico del homenaje.

Hay once ramos de flores distribuidos en este velatorio. Dos en el piso donde está la prensa, uno en el lado colombiano y otro en la orilla mexicana. Y así, en pares, dos a media escalera, dos coronas a las puertas de los tlálocs, dos en las escaleras de acceso, los arreglos florales descienden hasta llegar al arreglo que, como anillo, circunda el pedestal donde está la urna del escritor.

Y también sobre su urna hay once rosas que giran en espiral hacia el cielo.

Olivares revela un poco más las razones de este conjuro cabalístico para dispersar las malas vibras: el amarillo era el color preferido de Gabriel García Márquez, pero no cualquier tono. No. El amarillo de los atardeceres en Jamaica era el que más gustaba y le gustaba porque le traía suerte y le recordaba el pueblito donde nació el 6 de marzo de 1927.

Amarillo era el tren que veía pasar en Aracataca junto con su abuelo Nicolás Ricardo Márquez Mejía. Amarillas fueron las hojas del manuscrito de El coronel no tiene quien le escriba. Amarillas son las mariposas que arrojan sobre la urna sus amigas Ángeles Mastretta y Tania Libertad. Se parecen tanto a las que vuelan también, de vez en vez, afuera de Bellas Artes y que se enredan en los cabellos de las mujeres o que algunos recogen para meterlas entre las hojas de sus libros. Son miles de mariposas amarillas de papel de china que, al caer la noche, varios gaboítas recogen como si fueran nieve o confeti y las arrojan al viento, pero luego vienen remolinos que las ayudan otra vez a levantar el vuelo.

Antes de que ocurra ese ascenso,Diego Olivares, el periodista colombiano, ahonda más en la ambarinidad que permea el homenaje y cuenta que Jorge Luis Borges, cuando ya estaba perdiendo la vista, sólo percibía el amarillo y por eso escribió “El oro de los tigres”.

Faltan todavía algunas horas para que los animales políticos que son Enrique Peña Nieto y Juan Manuel Santos Calderón, presidentes de México y Colombia, lleguen al funeral con puntualidad inglesa a las ocho de la noche para rendir homenaje a quien no buscaba el poder, como aseguró el ex presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari en las exequias privadas, sino que era el poder el que lo buscaba.

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El adiós a Gabriel García Márquez (Foto: Ricardo Aldayturriaga)

A la derecha se sentará el colombiano y, a la izquierda, lo hará el mexicano.

Luego de que Rafael Tovar y de Teresa diga Aracata en lugar de Aracataca y todos sonrían piadosamente con su yerro, Santos Calderón dará un emotivo discurso. Dirá que llega a México con el corazón adolorido y el alma agradecida por representar a 47 millones de colombianos y desear que las palabras del escritor cuando recibió el Premio Nobel se realicen: “Nunca es demasiado tarde para creer en la utopía y sea posible la felicidad”. Pero, sobre todo, porque Gabriel García Márquez enseñó a sus millones de lectores el poder del amor. “El más colombiano de todos los colombianos sigue vivo. Gloria eterna a quien más gloria nos ha dado”, rematará.

En su turno, Peña Nieto recordó que el escritor vivió entre nosotros por cinco décadas y que llegó a la Ciudad de México en un atardecer malva, con 20 dólares en la bolsa y nada en el porvenir. Que aquí hizo de todo para dar de comer a los suyos. Y resaltará que la cúspide del realismo mágico fallece el mismo día en que murió Sor Juana Inés de la Cruz, como prueba del vínculo que tenía con la tierra de Juan Rulfo y Carlos Fuentes.

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El adiós a Gabriel García Márquez (Foto: Ricardo Aldayturriaga)

Luego, cuando ya se van los presidentes, y miles de lectores esperan entrar a este recinto resguardado al grito de “México, sin PRI” y “Gaviota, tu esposo es un idiota”, es que me pregunto qué pensaría Raúl Vicenteño de estos tumultos si no estuviera en Michoacán, qué me diría de ese enorme pulpo que lanza sus tentáculos por doquier para alimentar las luces, las pantallas, las bocinas, los micrófonos que buscan apresar o engalanar aún más este momento.

Porque la luz es como el agua.Raúl Vicenteño, el electricista de setenta años que niveló en un solo día la corriente eléctrica en la casa del Gabo en la calle Fuego después de recibir el Nobel, me diría que la corriente es tan noble que hasta se puede jugar con ella, tal y como lo hizo aquella vez que evitó que cada vez que se prendía una licuadora se fuera la luz y el escritor dejara de escribir El amor en los tiempos del cólera en La cueva de la mafia.

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El adiós a Gabriel García Márquez (Foto: Ricardo Aldayturriaga)

Este lunes 21 de abril de 2014 no hay fallas técnicas tampoco y tampoco podía faltar el periodista chino cubriendo este evento de resonancia internacional: Jian Bo trabaja en México como corresponsal de El diario del pueblo. Tiene apenas 26 años y está extasiado viendo las nubes amarillas revoloteando aquí y allá en juguetones remolinos. Durante cuatro años aprendió español y El amor en los tiempos del cólera le ayudó, con su trama, con sus fulgores, a reforzar su dominio de esa lengua que lo tiene trabajando aquí, entre chilangos, como reportero.

Y si uno lo ve, joven y entusiasta, no puede dejar de preguntarse cuántos jóvenes reporteros hay en todo el mundo que han leído a Gabriel García Márquez y se han propuesto emularlo trabajando con rigor y disciplina para hallar lo mejor de su idioma en la caza de la elusiva noticia.

Porque ahora las noticias vuelan como mariposas amarillas y cada periodista anda a la caza de ellas como ocurre cuando charlo con Mariyathas Mohanraj, quien vino desde París para denunciar la represión que sufren los tamiles en la lejana isla de Sri Lanka y que ha provocado el desplazamiento de 600 mil personas. Le Collectif La Paix au Sri Lanka se hace presente entre esta multitud mientras los ramos de flores siguen apilándose en una trinchera amarilla en una de las escalinatas del palacio de Bellas Artes, al pie de la urna del Gabo, junto con las coronas que mandaron desde Cuba los hermanos Raúl y Fidel Castro.

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El adiós a Gabriel García Márquez (Foto: Ricardo Aldayturriaga)

Varios de estos lectores se enterarán con desilusión, cuando pueden entrar a Bellas Artes, a las 9:47 de la noche, que los deudos de García Márquez ya se llevaron sus cenizas para volar hacia Colombia.

Aún así la familia Vélez le escribe al espíritu del Gabo que aún ronda por aquí: “Gracias por cien años de sabiduría y aprendizaje. Nos vemos en Macondo”. Toca ahora el turno a Colombia, quien lo despedirá a su católica manera en la catedral primada de la Plaza Bolívar, donde ejecutarán el Réquiem de Mozart.

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