La historia de los asesinos seriales en México es grande. Y dentro de muchísimos casos de hombres en su historia, encontramos que también hubo féminas que fueron condenadas por una serie de crímenes que cuentan mucho de las terribles vejaciones y perversiones que existen en nuestra ciudad y que les contaremos a continuación.

¿Conoces a las tres?

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La temible Bejarano

Toda historia, incluso la más horrible, tiene un punto de origen. Cuando hablamos de las asesinas seriales en la Ciudad de México, Guadalupe Martínez, es la primer asesina serial que registra nuestro país.

Vivió durante la época del porfiriato y de su vida privada lamentablemente poco o nada sabemos de ella; solo quedaron el apellido Bejarano que se presume que heredó de su marido militar y su hijo Aurelio, quien tendrá un papel fundamental en la captura y el conocimiento del modus operandi de su madre.

La Bejarano era una mujer de buena posición económica. En aquellos tiempos, este grupo social se daba a la tarea de llevar a cabo obras de beneficencia para los llamados menesterosos. Gracias a esta costumbre propia de la época, Guadalupe no levantó sospechas cuando “ayudaba” a niñas por medio del trabajo doméstico. Tiempo después se sabría que esa obra de caridad escondía una serie de terribles vejaciones.

Una maestra macabra

Casimira Juárez fue su primer “protegida”. La sociedad entera pensaba en aquel tiempo que las clases pobres debían ser disciplinadas para que no se inclinaran por el camino del crimen así que el disciplinamiento sometido de la Bejarano a Guadalupe pasaba como una parte de la ayuda a la niña que en ese entonces tuviera entre 10 y 12 años de edad, lo que no sabían es que ésta violencia se convertía en tortura cuando estaban en privado.

Mucho se comenta sobre las desviaciones sexuales de la Bejarano. Sucede que, al parecer, gozaba con desnudar a Casimira, flagelarla mientras estaba colgada y amarrada, así como hacerla sentarse en un bracero incandescente; posterior a ello la dejaba sin comer. Fue cuestión de tiempo para que la pobre infante fuese a dar al hospital y Guadalupe Martínez a la cárcel. Sin embargo, aunque suene increíble, solo estuvo 5 años en prisión a pesar de que la niña muriera el 17 de junio de 1778 a causa suya.

Inmediatamente después de salir de cárcel, la temible Bejarano siguió con sus crímenes y bajo el mismo pretexto de ayudar a un par de niñas necesitadas, cometió las mismas aberraciones secuestrando a las hermanas Pineda. Su hijo Aurelio será el encargado de denunciar a su madre que sería encarcelada en la antigua prisión de Belém, donde fue torturada por las demás prisioneras por sus atroces actos contra las infantes.     


La Ogresa de la Colonia Roma 

En la criminología clásica, se les denomina como ángeles de la muerte a aquellos criminales que bajo el oficio de cuidadores de menores de edad, enfermos o ancianos, los asesinan sistemáticamente; son casi imperceptibles y sumamente efectivos: matan a muchas personas.

En los rumbos de la colonia Roma de los años cuarentas del siglo pasado, Felícitas Sánchez Aguillón, esconderá bajo el oficio de partera una serie de crímenes despiadados y de una crueldad tan impresionante que le darán el mote de ”La Ogresa de la Colonia Roma”.

Desde antes de llegar a la CDMX en su natal Veracruz, Felicitas ya había mostrado una crueldad desmedida hacia los niños, al vender a sus hijas gemelas. Esto le costará el divorcio y será la causa de que migre a la capital, a un pequeño cuarto ubicado en la calle de Salamanca número 9.  La arrendadora al pasar todo el día trabajando, jamás se dio cuenta de las terribles prácticas de su roomie.

De partera a abortera

Felícitas comenzó el negocio de abortos en la Roma, damas de las clases acomodadas acudían con ella para que les practicara de forma clandestina legrados y con ello la fama de la Ogresa fue incrementando. Al tiempo y gracias a las buenas sumas de dinero que entraban a sus arcas, incursionó en la venta de infantes; ya fuese comprados a mujeres pobres o recibidos de recién paridas que ahí los abandonaban, la partera adquiría a los niños para acomodarlos al mejor postor. La cosa se ponía fea cuando los menores crecían y ya no eran vendibles para su clientela.

Al resultarle un problema, Sánchez Aguillón practicaba una serie de torturas que iban desde darles leche y comida podrida hasta bañarlos con agua helada, posterior a la tortura procedía a asesinarles. El método más usado por la Ogresa fue la asfixia, aunque también practicó el envenenamiento y el apuñalamiento. Después se deshacía de los cuerpos descuartizándolos y tirándolos por las alcantarillas o quemándolos. Incluso se comentó que llegó a quemar niños vivos.

Se piensa que llegó a asesinar a 50 infantes y gracias a que la toma domiciliaria de la alcantarilla se tapó, un grupo de albañiles encontraron carne podrida y un cráneo de un menor. Inmediatamente registraron el domicilio de Felícitas y hallaron un altar que estaba coronado con el craneo de un bebe. El detective José Acosta Suárez que en su momento atrapara al Goyo Cárdenas dio con la Ogresa que buscaba huir fuera de la ciudad.

Por increíble que parezca al no estar tipificado el infanticidio en ese momento y gracias a la corrupción rampante del sistema penal de esa época, Felícitas alcanzó fianza y pudo salir de la cárcel pero fue tanta la aberración social que producía, que terminó por suicidarse en 1941. Así acabó la vida de una de las asesinas más despiadadas que la ciudad ha sufrido.

La mata viejitas 

Juana Barraza tuvo a su primer hijo a los 13 años, víctima de su madre que la ofreció a un pederasta de apellido José Lugo; hombre despiadado que no sólo abusó de ella en innumerables ocasiones sino que la maltrató de todas las formas que pudo. 

Viuda a los 17 años y con cuatro hijos de distintas parejas, aprendió a hacer múltiples trabajos para mantener a su familia, entre ellos la enfermería. Gracias a su 1,75 cm de estatura y corpulencia logró hallar en la lucha libre un poco más del dinero que ganaba en ese momento. La dama del silencio, nombre con el que se le conoció dentro del ring, compartió funciones con grandes personalidades de aquel tiempo pero una lesión en la espalda acabó su carrera como gladiadora, aunque por su gran carisma se mantuvo en el negocio organizando eventos y representando luchadores durante una década.

Conoció el dolor indescriptible de la muerte de un hijo y esta tragedia movió por completo su vida, dejándola sin empleo. Fue ahí donde se le ocurrió la idea de extorsionar mujeres adultas, y asesinarlas. Se piensa que fue entre los años de 1998 al 2002 cuando inició su carrera delictiva. La Mataviejitas explicará tiempo después que realmente no era por necesidad sino por placer que cometía estos crímenes; sentía que cada que asesinaba una mujer de la tercera edad era a su mamá a la que mataba.

El modus operandi de Juana era simple: se situaba detrás de la víctima con una soga o cable y las estrangulaba aunque muchas de las víctimas presentaron violencia sexual previa a la muerte. Barraza Samperio mató a 48 mujeres mientras la policía buscaba a un hombre que, según ellos, se vestía de mujer para cometer los crímenes.

Fue cuando asesinó a una mujer de 82 años de nombre Ana María de los Reyes Alfaro que un joven vio algo raro en ella y tras encontrarse con el cuerpo inerte de la anciana, dio parte a las autoridades. Después de comprobarse el asesinato de 16 mujeres, se le dio como condena 759 años de prisión, aunque si llega a cumplir el siglo de vida, podría salir con libertad condicional.