Desde hace 45 años, la reina de las mariposas, María EugeniaDíaz Batres, cuida de una colonia nada despreciable: 55 milinsectos que son parte de la Colección Nacional de Insectosdel Museo de Historia Natural del Bosque de Chapultepec.

“A ver, fórmense, que vamosa entrar”. Cuandoescuchan a la jovenmaestra, unos 30 chiquilloscorren a tomarsus posiciones. Son casilas 10 de la mañana y enla Segunda Sección del Bosque de Chapultepec, el olordel pasto recién cortado se mezcla con el de las hamburguesasde carrito que ya comienzan a alimentar a susprimeros clientes. El barullo aumenta cuando aparcaotro camión atestado de alumnos de primaria.

Adentro, en su oficina del Museo de Historia Naturaly Cultura Ambiental (MHNCA), María Eugenia Díaz Batresse coloca su bata blanca y se dispone a comenzar lastareas del día. Dentro de poco llegará un grupo de estudiantesque quiere conocer la colección. Como si se tratarade un espectáculo ensayado, quita algunos papelesde su mesa de trabajo y coloca unas cajas con escarabajosjunto al microscopio. Sabe que será interesante para susvisitantes, pero no es lo único que tiene para mostrar.Con los insectos, siempre tiene un as bajo la manga.

Con un paño limpio se dirige hacia donde están decenasde cajones de roble macizo dentro de los cualesse resguarda la Colección Nacional de Insectos Dr. AlfredoBarrera Marín. Más de 55 mil especies diferentesde escarabajos, mariposas, moscas, saltamontes, pulgones,cigarras y chinches, incluyendo algunos tipos dearácnidos, forman esta especie de ejército de insectosdisecados. Al verlos, “Maru”, como le dicen, no puedeevitar una ligera sonrisa. Es la satisfacción y el orgullode saber que ahí, en esas cajas, están miles de horas detrabajo. La labor de toda su vida.

Perteneciente a una familia longeva –suspadres vivieron más de 90 años cada uno–, María Eugeniano parece alguien a punto de cumplir 69 años. Es bajita, decabello enmarañado y castaño, y semblante serio. Pero encuanto comienza a hablar es fácil reconocer a una mujeraccesible y vivaz. Nos reunimos en un café a unas cuadrasdel metro Juanacatlán. Quizá no es casualidad que ellaeligiera esa estación cuyo ícono representa una mariposa;los bichos, en especial las mariposas, se empeñan enseguir a esta chilanga en todo lo que hace. Pero no es quelos insectos fueran su pasión desde el primer momento.

La verdad, quería estudiar medicina, pero al ver los piesverdes de un “muertito” en el anfiteatro supo que no eralo suyo. Tampoco lo era ser maestra, como quería su papá,un mecánico de máquinas industriales de coser, y como loson sus dos hermanas mayores. María Eugenia, inquietay medio rebelde, se zafó de las ataduras paternas y entróa Biología, carrera que la condujo al que hoy con todo elderecho de una veterana llama su museo y que le permitiódescubrir su fascinación por estas pequeñas criaturas.Entre sorbo y sorbo de té, regresa más de cuatro décadasen el pasado a los días que definirían su futuro. “¿Cómo que nunca has visitado el museo?”, le increpóquien poco después sería su jefe, el Dr. Barreda, cuyo nombrehoy lleva la colección custodiada por María Eugenia.

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