Este lugar cien por ciento mexicano muestra el rostro cosmopolita del país, pues su cocina es contemporánea, con ingredientes criados y cultivados en México. El chef Édgar Núñez prepara el menú de acuerdo a las estaciones del año.

Los platillos son sencillos sólo en apariencia porque al probarlos, uno descubre la complejidad en el sabor. A nosotros nos tocó (por la temporada de lluvias y por fortuna) los hongos con foie y un fideo seco con morillas, queso fresco y queso de rancho con un toque -repetimos, complejo- de trufa.

La idea es no usar sustancia ajenas a la naturalidad de los ingredientes, por eso consumen solo la carne de animales libres de hormonas; los pescados y mariscos los traen de Ensenada y Campeche, los guajolotes y borregos de Querétaro y Coahuila, mientras que las verduras de Puebla y Oaxaca, y algunas las cultivan directamente en Xochimilco y el Pedregal. La selección de vinos es bastante amplia, con elaboraciones de los grandes y pequeños productores del país, así como de otras partes del mundo.

Además de la comida, el lugar vale la pena por su espacio y decoración, la cual es totalmente ecléctica, con motivos novedosos: desniveles, espejos de agua, plantas, terrazas, espacios abiertos y privados. Todo en una casa que recuerda los años dorados del Pedregal.